MARY EVELYN TUCKER
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Asociaciones ecologistas, científicos y parlamentarios han hecho varios llamamientos a los líderes religiosos para que reaccionen ante la crisis medioambiental
La crisis medioambiental es una realidad apremiante y bien documentada en sus diversas manifestaciones: contaminación industrial, agotamiento de los recursos y explosión demográfica.
El imperativo moral y los sistemas de valores de las religiones son indispensables para movilizar las sensibilidades humanas con vistas a conservar el medio ambiente para las generaciones futuras. Está claro que las religiones deben participar en el desarrollo de una cosmovisión y de una ética más globales. Ya sea desde una perspectiva antropocéntrica o biocéntrica, necesitamos formular valores medioambientales apropiados y relacionarlos con elementos científicos y políticas públicas.
Uno de los principales desafíos de las religiones actuales es ofrecer respuestas a esa crisis medioambiental que, según algunos, se ha perpetuado gracias a la enorme influencia del materialismo y la secularización en las sociedades contemporáneas. Otros, como la experta en historia medieval Lynn White, señalan que la devaluación del mundo natural es consecuencia tanto del énfasis del judaísmo y el cristianismo en una trascendencia divina por encima de la naturaleza como del dominio de los seres humanos sobre ella.
En cualquier caso, y como ha señalado con tanto acierto el historiador de la religión Thomas Berry, para que el ser humano siga siendo una especie viable en un planeta cada vez más degradado, es necesaria una reevaluación global de sus relaciones con la Tierra. De hecho, según Berry, debemos crear una ética que no solo hable de homicidio, suicidio o genocidio, sino también de biocidio o geocidio.
Esta situación exigirá la adopción de cosmovisiones distintas a las que han atraído la imaginación de las sociedades industrializadas contemporáneas, para las que la naturaleza no suele ser más que una mercancía que explotar.
Ética y sostenibilidad
Para las religiones del mundo, la ética se ha basado en el ser humano. Aunque ha habido quienes han criticado esta perspectiva antropocéntrica, considerándola un tanto limitada a la luz de la degradación medioambiental y la pérdida de especies, es importante recordar que esta concepción también ha contribuido a promover importantes movimientos en pro de la justicia social y los derechos humanos.
La justicia social y la integridad del entorno natural se consideran parte de un mismo continuo. Los filósofos que se ocupan del medio ambiente ya llevan algunas décadas desarrollando el campo de la ética medioambiental, que ahora puede proporcionar recursos enormes a las religiones del mundo, a la hora de considerar cómo ampliar su perspectiva. Estas nuevas éticas biocéntrica y ecocéntrica se centran en las manifestaciones vitales y en los ecosistemas dentro de un contexto planetario.
De esta manera, las religiones van pasando gradualmente de una ética exclusivamente antropocéntrica a otra de carácter ecocéntrico o incluso antropocósmico, tal y como describe Tu Weiming la vibrante interacción entre el cosmos, la Tierra y los seres humanos en una cosmovisión confuciana.1 En este contexto, los seres humanos completan el mundo natural y cósmico y se convierten en participantes de la dinámica transformadora de los procesos vitales. Es una senda fructífera, orientada hacia una ética global para la sostenibilidad.
El contexto histórico y cultural
A través de la intolerancia y al arrogarse la posesión exclusiva de la verdad, las religiones del mundo han contribuido con frecuencia a generar tensiones entre los pueblos, incluidas guerras y conversiones forzosas. Pero también es cierto que han estado a menudo en primera línea de reformas como las relativas al movimiento sindical, las leyes de inmigración y la justicia para pobres y oprimidos. Los movimientos no violentos para la liberación de la India y de integración racial en Estados Unidos estaban inspirados en principios religiosos y dirigidos por líderes religiosos como Gandhi y Martin Luther King.
El diálogo entre religión y ecología también reconoce que en la búsqueda de sostenibilidad medioambiental a largo plazo se aprecia un claro dilema entre los actuales problemas del medio ambiente y los recursos de las religiones tradicionales, que no siempre están equipadas para ofrecer directrices concretas con las que afrontar problemas complejos como el cambio climático, la desertización o la deforestación. Al mismo tiempo, hay que reconocer que ciertas orientaciones y valores de las religiones del mundo no solo pueden ser útiles sino incluso indispensables para alcanzar una orientación cosmológica y una ética medioambiental más integrales.
Los expertos en religión y ecología reconocen que las escrituras y exégesis confesionales se escribieron en una época anterior y que iban dirigidas a un público distinto. Igualmente, muchos de los mitos y rituales de las religiones del mundo se desarrollaron en contextos históricos anteriores, con frecuencia agrícolas, en tanto que el arte y los símbolos emanaron de cosmovisiones muy distintas a la nuestra. En ese mismo sentido, la ética y la moral religiosas responden principalmente a perspectivas antropocéntricas centradas en las relaciones humanas, mientras que la formulación de las concepciones de salvación y espiritualidad suele tener que ver con el fomento de las relaciones entre la divinidad y la persona.
Pese a estas contingencias históricas y culturales, se pueden identificar ciertas actitudes y prácticas, así como valores éticos compartidos, para ampliar las perspectivas medioambientales y ahondar en ellas, por lo que parece patente y potencial la contribución de las ideas religiosas a la inspiración de la teología ecológica, la ética medioambiental y el activismo de base.
En la actualidad, las religiones están reivindicando y reconstruyendo la potencia de esas actitudes y prácticas, de esos valores, conducentes a la reformulación de unas relaciones humano-terrestres mutuamente provechosas. Podemos presentar de manera coherente y convincente los recursos de las tradiciones religiosas para que respondan a ciertos aspectos de nuestra crisis medioambiental, con una cuidadosa reflexión metodológica. Hace falta un enfoque autorreflexivo pero creativo que permita recuperar y reivindicar textos y tradiciones, y reevaluar y reexaminar los más eficaces, para así restituir y reconstruir las tradiciones religiosas en un innovador mundo posmoderno. Todo esto conlleva un enorme esfuerzo: habrá que apelar a la fuerza y el potencial de las tradiciones religiosas para que actúen de manera todavía más eficaz como fuentes de inspiración espiritual y transformación moral, y como cimiento de comunidades sostenibles frente a los desafíos medioambientales que tiene ante sí la comunidad terrestre.
Las religiones del mundo proporcionan una orientación global sobre el cosmos y las funciones del ser humano en él. En este sentido, hace miles de años que en culturas de todo el mundo las actitudes hacia la naturaleza se han visto considerablemente determinadas, aunque no en exclusiva, por las perspectivas religiosas.
De modo que las religiones pueden entenderse en su sentido más amplio como un método que tienen los seres humanos para, reconociendo las limitaciones de la realidad fenomenológica, realizar ciertas prácticas que sitúen su propia transformación y la cohesión comunitaria en un contexto cosmológico.
Las religiones, por tanto, aluden a estos relatos cosmológicos, sistemas simbólicos, prácticas rituales, normas éticas, procesos históricos y estructuras institucionales que trasmiten una concepción del ser humano que lo encuadra en un mundo de significado y responsabilidad, transformación y celebración. Las religiones conectan a la persona con una presencia divina o fuerza numinosa. Vinculan a las comunidades humanas y les ayudan a forjar relaciones íntimas con el conjunto de la comunidad terrestre. En resumen, las religiones unen a los seres humanos con la gran matriz de indeterminación y misterio de la que surge la vida, y a partir de la cual se despliega y florece.
Instituciones y cosmovisiones
Debemos establecer ciertas diferencias entre las expresiones particulares de la religión, en tanto a institución o iglesia, y las cosmovisiones que animan tales expresiones. Por cosmovisiones entendemos las formas de conocer que, enraizadas en símbolos y relatos, se viven como expresiones, consciente o inconscientemente, en el devenir de determinadas culturas. Las cosmovisiones surgen y se forman gracias a la interacción entre los seres humanos y los sistemas naturales o ecologías. En consecuencia, en muchas comunidades, una de las principales preocupaciones de las religiones es cómo describir por medio de un relato la aparición de la geografía local como un ámbito de lo sagrado. Las cosmovisiones generan rituales y éticas, formas de actuar que orientan el comportamiento humano en sus intercambios individuales, comunitarios y ecológicos. En la manera en que construyen y viven las comunidades religiosas las cosmovisiones descubrimos actitudes formativas relativas a la naturaleza, el hábitat y nuestro lugar en el mundo.
Las cosmovisiones de una cultura se alojan en sus cosmologías religiosas y se expresan a través de rituales y símbolos. Esas cosmologías describen la experiencia del origen y el cambio en relación con el mundo natural. Los rituales y símbolos religiosos surgen de cosmologías y, enraizados en la dinámica natural, proporcionan a la vida humana recursos abundantes para fomentar la transformación espiritual y ética. Así es por ejemplo en el caso del budismo, que aprecia en el cambio natural y cósmico una posible fuente de sufrimiento para el ser humano. Por su parte, el confucianismo y el taoísmo postulan que la fuente del tao está en los cambios de la naturaleza. Además, el ciclo natural en el que todo muere para volver a renacer sirve como inspiración, como espejo, de la vida humana, sobre todo en tradiciones monoteístas occidentales como el judaísmo, el cristianismo y el islam. Todos los credos traducen los ciclos naturales a profusos tapices interpretativos, llenos de significados, que animan a los seres humanos a superar la tragedia, el sufrimiento y la desesperación. Los afanes humanos que expresa el simbolismo religioso se abren camino hasta el arte, la música y la literatura de cada cultura. Al establecer un vínculo entre la vida humana y los ciclos naturales, las religiones han ofrecido una orientación coherente, tanto sobre la continuidad vital como sobre el empequeñecimiento humano y la muerte. Además, han contribuido a rendir homenaje a dones de la naturaleza como el aire, el agua y el alimento que nos mantiene vivos.
Las religiones han tenido un importante papel como catalizadores, que sirven a los seres humanos para sobrellevar el cambio y superar el sufrimiento, sin dejar por ello de afianzarlos en los ritmos de la naturaleza y la exuberancia terrestre. Las tensiones creadoras que experimentan los seres humanos que tratan de ir más allá de este mundo, pero que también anhelan enraizarse en él, forman parte de la dinámica de los credos del mundo. El cristianismo, por ejemplo, promete salvación en la otra vida y también celebra la encarnación humana de Cristo en la Tierra. De igual manera, el hinduismo presenta el objetivo de la moksha, la liberación del mundo de la samsara, haciendo también hincapié en el ideal que representa el comportamiento de Krishna en la Tierra.
La plasmación de estas tensiones creadoras conduce a una comprensión más equilibrada de las posibilidades y limitaciones de las religiones respecto a los intereses medioambientales. Muchas religiones conservan una tendencia a lo ultraterreno, a la salvación individual fuera de este mundo; al mismo tiempo, pueden fomentar y han fomentado compromisos con la justicia social, la paz y la integridad ecológica del mundo. Un elemento esencial que se ha echado en falta en gran parte del discurso medioambientalista es el relativo a cómo identificar y aprovechar cosmologías, símbolos, rituales y éticas que inspiren cambios de actitud y acciones susceptibles de crear un futuro sostenible en el planeta.
En paralelo a ese interés en la «ecojusticia», las religiones pueden alentar valores y éticas basados en la veneración, el respecto, la contención, la redistribución, la responsabilidad y la renovación, y formular así una ética medioambiental integral que incorpore a los seres humanos, los ecosistemas y a otras especies. Con ayuda de las religiones, los seres humanos están ahora abogando por la veneración a la Tierra y su prolongado desarrollo evolutivo, el respeto a las múltiples especies que comparten el planeta con nosotros, la contención en el uso de los recursos naturales de los que toda la vida depende, una distribución equitativa de la riqueza, el reconocimiento de nuestra responsabilidad en la continuidad de la vida para las generaciones futuras y la renovación de las energías para la gran labor de construir una comunidad terrestre sostenible. Estas son las virtudes de la sostenibilidad a las que las religiones del mundo pueden contribuir.
Líderes y religiones ante la crisis medioambiental
En la actualidad están surgiendo nuevas alianzas para la participación de las religiones en la sostenibilidad. Asociaciones ecologistas, científicos y parlamentarios han hecho varios llamamientos a los líderes religiosos para que reaccionen ante la crisis medioambiental. También se ha observado una sorprendente proliferación de publicaciones dedicadas al tema de la religión y la ecología, que ha sido objeto de varias reuniones nacionales e internacionales desde las últimas décadas hasta ahora. El Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF, en sus siglas en inglés) ha patrocinado reuniones de carácter interreligioso, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) ha creado un Día de Descanso de la Tierra anual y, el Parlamento de las Religiones del Mundo, que se reunió en Salt Lake en 2015 por última vez, también se centró en el papel de las religiones en el fomento de un futuro sostenible.
Reuniones internacionales dedicadas al medio ambiente como el Foro Global de Líderes Espirituales y Parlamentarios se han celebrado en Oxford (1988), Moscú (1990), Río de Janeiro (1992) y Kioto (1993), con líderes como el dalái lama, además de diplomáticos y jefes de Estado como Mijaíl Gorbachov. Por otra parte, en junio de 2001 se celebró en Irán el Seminario de Teherán sobre Medio Ambiente, Cultura y Religión, y en ese mismo país tuvieron lugar, tanto la primera reunión dedicada al «Medio ambiente, la paz y el diálogo entre civilizaciones y culturas», de mayo de 2005, como la segunda, de abril de 2016. Todos esos actos los patrocinó el Gobierno iraní, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Gorbachov ha promovido varios Diálogos sobre la Tierra bajo el título de «Globalización: ¿es la ética el eslabón perdido?»: uno en Lyon, Francia, en 2002; otro en Barcelona en 2004 y un tercero en Brisbane, Australia, en 2006. La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) organizó el primer debate sobre «Espiritualidad y conservación» durante el Congreso Mundial de la Naturaleza, celebrado en Barcelona en 2009, y en la edición que tuvo lugar en Hawái en septiembre de 2016 ese congreso también dedicó mucha atención al asunto.
Desde 1995 el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé I, viene convocando simposios sobre «Religión, ciencia y medio ambiente», centrados en los problemas del agua en Europa, el Amazonas y el Ártico. Igualmente, desde hace veinte años la Alianza de Religiones y Conservación (ARC, en sus siglas inglesas), con sede en Inglaterra, ha organizado conferencias y alentado la constitución de comunidades religiosas. En Estados Unidos, la Asociación Religiosa Nacional para el Medio Ambiente (NRPE, en sus siglas en inglés) ha organizado a comunidades judías y cristianas en torno a este problema. En consecuencia, estamos en un momento propicio para fomentar las aportaciones de ciertas religiones a la solución de la crisis ecológica, sobre todo mediante el desarrollo de una ética medioambiental más integral que sirva de base a los movimientos centrados en la sostenibilidad.
Una de las aportaciones más relevantes a esta labor es la encíclica Laudato si’, del papa Francisco que, desde una ecología integral, conjuga la justicia social con la protección del medio ambiente. El papa hace un generalizado llamamiento a la creación de condiciones que favorezcan un verdadero desarrollo sostenible. Criticando con dureza el capitalismo desenfrenado y el crecimiento sin límites, el pontífice aboga por una nueva economía que conjugue la equidad con el respeto al medio ambiente.
La necesidad de un diálogo interdisciplinar
Las religiones tienen un papel capital en la formulación de cosmovisiones que nos hagan mirar al mundo natural y a la articulación de una ética que guíe el comportamiento humano. La magnitud y la complejidad de los problemas a los que nos enfrentamos exigen iniciativas de colaboración, tanto entre unas y otras religiones como en su diálogo con otros ámbitos esenciales de la actividad humana. En consecuencia, las religiones necesitan conversar con otros sectores clave —la ciencia, la economía, la educación y las políticas públicas— que han abordado los problemas medioambientales. Estas disciplinas repercutirán de manera muy concreta en los cambios del medio ambiente: es decir, el análisis científico será esencial para comprender la economía de la naturaleza, los incentivos económicos serán fundamentales para una adecuada distribución de los recursos, la conciencia educativa será indispensable para crear formas de vida sostenibles, las recomendaciones en materia de políticas públicas tendrán un valor incalculable a la hora de conformar las prioridades nacionales e internacionales, y los valores morales y espirituales serán cruciales para las transformaciones que exigirá la vida en una época ecológica.
Thomas Berry señaló que ayudar a los seres humanos a degradar el mundo natural no puede conducir a una comunidad sostenible. La única comunidad sostenible posible será la que enmarque la economía humana dentro de un planeta siempre en constante renovación. En todos sus aspectos, el sistema humano es un subsistema del terrestre, independientemente de que hablemos de economía, bienestar físico o leyes. En esencia, el florecimiento del ser humano y la prosperidad del planeta discurren íntimamente unidos.
BIOGRAFÍA
MARY EVELYN TUCKER
Mary Evelyn Tucker es profesora titular e investigadora en la Universidad de Yale. Es codirectora y cofundadora, junto con su marido, el profesor John Grim, del Foro sobre Religión y Ecología de esta universidad y da clases en el programa conjunto de la Escuela de Estudios Forestales y Medioambientales y la Escuela de la Divinidad, en New Haven. Ha escrito y editado cerca de veinte volúmenes y ha publicado cientos de artículos. Es pionera en el campo de la religión y la ecología, y su trabajo ha sido galardonado con numerosos y prestigiosos premios sobre ecología. Además, fue miembro del consejo internacional de la Carta de la Tierra promovida por Naciones Unidas.