ARAB HOBALLAH
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En todo el mundo se observan iniciativas que demuestran que las medidas de contratación pública sostenibles transforman los mercados: suponen un espaldarazo para los sectores que respetan el medio ambiente, ahorran dinero, conservan los recursos naturales y fomentan la creación de empleo
Nuestros pantagruélicos ciclos de consumo y producción
Para corregir los errores de la industrialización, limpiar la contaminación, rehabilitar los ecosistemas dañados, erradicar la pobreza, fomentar la educación y mantener una economía incluyente y verde, hacen falta muchos recursos, sobre todo financieros: cientos de billones de dólares, euros y yuanes, está claro. Pero no voy a presentar aquí las diversas cantidades que se precisan, algo que, por otra parte, ya han señalado en gran medida los medios de comunicación. También es evidente que, en general, las políticas de inversión, los mecanismos financieros y los sistemas bancarios, por lo menos los del último siglo, han contribuido enormemente a producir la actual crisis económica, social y medioambiental.
No obstante, sin rechazar los beneficios que el desarrollo ha reportado en materia de educación, salud, libertades y tecnología, hay que señalar que el mundo tiene ante sí un riesgo de ruptura económica, social y medioambiental. Es preciso transformar en profundidad las políticas y los mercados, de manera que el sistema financiero esté al servicio del desarrollo sostenible, y no al revés, para así lograr un cambio transformador absolutamente urgente, fomentando la utilización eficaz de los recursos y la provisión de pautas de consumo y producción sostenibles, en particular en las ciudades.
A excepción de unas pocas empresas y unos pocos líderes políticos irresponsables, cegados por la búsqueda de beneficios siempre en aumento, todo el mundo reconoce que estamos transitando un Antropoceno sin precedentes en el que la población del mundo consume más recursos de los que genera el planeta, con lo que agota muchos de ellos y destruye ecosistemas.
En la última década se ha ido reconociendo cada vez más la importancia que tiene cambiar de comportamiento para promover políticas eficaces. El mayor peso que ha ido ganando el concepto de desarrollo sostenible en los últimos decenios ha estado unido a la amenazante tendencia al incremento insostenible del consumo y la producción. De esta forma, hoy en día consumimos más recursos de los que una Tierra y media produciría, y mucho antes de 2050 necesitaremos más de dos planetas para responder a nuestro pantagruélico consumismo. El desafío que supone desplazar las preferencias del consumidor hacia pautas de comportamiento más «ecológicas», e integrar eficazmente los parámetros de la sostenibilidad en los procesos de toma de decisiones empresariales e industriales, exige un cambio profundo, estructural y transformador, que no se limite a «dar una pátina ecológica».
Nuestros hábitos de consumo actuales están agotando recursos clave y poniendo muchos de ellos al borde de la ruptura. En todo el planeta se ha disparado la cantidad de materiales que utilizamos para vivir. La extracción mundial de materias primas se ha multiplicado por 3 en las últimas cuatro décadas y, después de alcanzar una cifra anual de 70.000 toneladas en 2010, va camino de llegar a las 140.000 en 2030. Esta proclividad a consumir más materiales tiene que ver con el crecimiento demográfico, la expansión de la clase media y el incremento de la renta per cápita. Por diversas razones económicas y sociales, estas tendencias son imparables y convierten en imprescindible el cambio de nuestras formas de producir y consumir, de hacer más con menos, para poder alcanzar un desarrollo sostenible.
La comunidad global es cada vez más consciente de que, si queremos erradicar la pobreza y desarrollarnos de manera sostenible, es importante y urgente modificar nuestras insostenibles pautas de consumo y producción. Esta conciencia condujo a la adopción, durante Río+20 (la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible de 2012), del Marco Decenal de Programas sobre Consumo y Producción Sostenibles (10YFP), y a la inclusión, en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), de un objetivo independiente relacionado con el consumo y la producción sostenibles (CPS). Además, se incorporaron metas afines en la mayoría de los demás objetivos del CPS, lo cual demuestra lo interconectados que están. Con este mismo espíritu, el acuerdo alcanzado durante la Conferencia del Clima de París (COP21) ha subrayado que los estilos de vida y las pautas de consumo y producción sostenibles, en las que los países desarrollados han de llevar la delantera, tienen un gran peso a la hora de afrontar el cambio climático.
Una transición incierta: primero un uso eficiente de los recursos
Se observan indicios alentadores, que indican que la sociedad está comenzando a comprender la imperiosa necesidad de cambiar sus insostenibles pautas de consumo y producción. Conceptos como «eficiencia», «desacoplamiento», «descarbonización», «calidad de vida» y «estilos de vida sostenibles» aparecen con frecuencia en los medios de comunicación, poniendo de relieve que la gente, los gobiernos y las empresas ya están incorporando la sostenibilidad a su toma de decisiones cotidiana. Las campañas relacionadas con la huella de carbono y la reducción de los residuos, los huertos urbanos, los sistemas para compartir vehículo y la economía colaborativa, así como las encuestas destinadas a comprender los valores y las motivaciones de la juventud, se encuentran entre los métodos que nos están ayudando a tomar decisiones de consumo y producción más sostenibles.
Con todo, esas acciones suelen ser poco sistemáticas. Todavía no se han integrado en una visión holística de lo que constituye un estilo de vida sostenible; no están avaladas por información fiable que oriente las opciones del consumidor hacia bienes y servicios sostenibles, y, en general, tampoco cuentan con el apoyo de políticas públicas que vayan en esa misma dirección. Para reducir las inviables repercusiones de nuestros niveles de consumo actuales serán necesarias acciones y decisiones de los consumidores y políticas públicas, sobre todo en los países desarrollados. También generar un flujo de nuevos productos que haga viable la adopción de estilos de vida más sostenibles en todos los países.
Pensemos en el «sencillo» ejemplo de los edificios ecológicos, de bajas emisiones o pasivos. Es probable que el sector de la construcción sea el más importante para reducir el consumo de energía y las emisiones de CO2. En muchos países se han desarrollado criterios y sistemas de calificación. Sin embargo, a pesar de las enormes posibilidades de ahorro, y desde que el IPCC viera en la construcción la manera más fácil de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), el número de edificios ecológicos no ha dejado de ser una gota en el océano de las grandes oportunidades. Las ciudades y los países podrían ahorrar miles de millones y billones de dólares si en todo ese sector se aplicaran políticas de reducción de emisiones y de uso eficiente de los recursos a través de la retroadaptación, edificios nuevos de alta calidad y también, aunque no principalmente, de programas de construcción de vivienda social.
Muchas de las soluciones que precisamos para adoptar pautas de consumo y producción sostenibles no dependen del consumidor final. La vida sostenible no solo se basa en la elección individual, sino en conseguir que los gobiernos apliquen políticas que orienten a la gente hacia esos estilos de vida, guíen los mercados y les permitan adaptarse adecuadamente, incrementando la oferta de bienes y servicios sostenibles para que los consumidores dispongan de opciones. Aunque los ciudadanos sean consumidores finales, gran parte de las decisiones sobre bienes y servicios, y los impactos que conllevan, se toman en fases mucho más tempranas de su diseño, producción y provisión.
Aquí es donde el sector público puede ejercer una influencia clave, estimulando tanto la producción como la demanda de productos sostenibles al aplicar políticas de contratación igualmente sostenibles. En los mercados internos del mundo, las compras de los gobiernos representan entre el 15 y el 30% de las ventas de bienes y servicios. En los países desarrollados la cifra suele acercarse más al 15%, pero en algunos países en desarrollo llega al 30%. Esta cuota de mercado no solo proporciona la importante oportunidad de enviar un mensaje claro a los productores sobre la necesidad de ofrecer productos sostenibles; también pone de manifiesto que las prácticas de contratación pública sostenible pueden ir unidas a las que contribuyen a objetivos sociales y medioambientales afines.
Hoy en día consumimos más recursos de los que una Tierra y media produciría, y mucho antes de 2050 necesitaremos más de dos planetas para responder a nuestro pantagruélico consumismo
En todo el mundo se observan iniciativas que demuestran que las medidas de contratación pública sostenibles transforman los mercados: suponen un espaldarazo para los sectores que respetan el medio ambiente, ahorran dinero, conservan los recursos naturales y fomentan la creación de empleo. Entre ellas figuran la sustitución de las bombillas incandescentes por lámparas fluorescentes más eficientes en todos los edificios y áreas de carácter público; la institucionalización y aplicación de políticas de reciclado; la disminución del despilfarro de alimentos en empresas, restaurantes y cantinas escolares y universitarias, y la reducción o eliminación de las sustancias nocivas en los procesos productivos y en los objetos de consumo.
Dada la magnitud de los desafíos y las acciones que se precisan, es necesario promover una mayor comprensión y aplicación de las políticas y acciones destinadas a la utilización eficiente de los recursos y al CPS por parte de los responsables públicos y privados y de la sociedad civil. A tal fin, es esencial tener en mente el ciclo biológico, y así identificar y priorizar las políticas y prácticas necesarias para una utilización eficiente de los recursos y un consumo y una producción sostenibles. Esa actitud va unida al necesario pensamiento sistémico que exige la sostenibilidad, integrando el uso eficiente de los recursos en cadenas de valor globales mediante la utilización de datos que den cuenta de la influencia del medio ambiente en el ciclo biológico. Esto permitiría que las organizaciones privadas y públicas tomasen decisiones fundamentadas, conducentes a un mayor nivel de CPS.
En diversas áreas del conjunto del proceso productivo, el fomento del uso eficiente de los recursos tiene un papel fundamental a la hora de promover una economía circular, incluyente y ecológica. En concreto, al permitir y alentar el desarrollo, la aplicación, la adaptación y la reproducción eficaz y eficiente de conceptos, métodos, políticas, prácticas y tecnologías conducentes a la utilización eficiente de los recursos y a procesos manufactureros más limpios, en sectores enteros y empresas, especialmente en las pequeñas y medianas (pymes).
En este contexto, el desarrollo de la eco-innovación y la aplicación de un modelo empresarial conformado por una estrategia que incorpore la sostenibilidad a todas las prácticas —teniendo en cuenta el ciclo biológico y cooperando con otros socios en toda la cadena de valor— ayudarán a las empresas a ahorrar recursos materiales y financieros, y a obtener más fácilmente fondos de contrapartida bancarios con los que ampliar aún más sus actividades. Esto conlleva la introducción de un conjunto coordinado de modificaciones o soluciones novedosas en los productos (bienes o servicios), los procesos, el enfoque de mercado y la estructura organizativa, que generará en la empresa mejores resultados y una mayor competitividad.
El caso «fácil» de la energía: eficiencia energética frente a energías nuevas, alternativas y renovables
Unos índices de cambio tecnológico nunca vistos han creado una enorme prosperidad, pero también un abanico de sobrecogedores desafíos. La mitigación del cambio climático y la adaptación al mismo exigen mucha atención al fomento de la eficiencia en la gestión de recursos, en todos los sectores y países. Sin embargo, para afrontar los problemas que plantean las emisiones de GEI y las crisis energéticas, la comunidad global ha prestado más atención y destinado más inversiones a la búsqueda de fuentes de energía nuevas y renovables que a la reducción del consumo energético mediante la eficiencia, en gran parte de los sectores industriales y de consumo. En muchos casos, la actitud de seguir como hasta ahora, imperante en las pautas de producción industrial y de consumo, prácticamente no ha cambiado: es decir, continúa siendo derrochadora, aunque utilice, cuando es posible, fuentes de energía alternativas o renovables. Sin embargo, los ahorros que generarían la eficiencia y la productividad en toda la cadena de valor serían sencillamente gigantescos, tanto desde el punto de vista de los materiales utilizados como de la reducción del consumo de energía y de otros recursos por cada producto.
En este contexto, la transición energética debería permitir un acceso a la energía menos gravoso para el medio ambiente. Esa transición provendrá de un conjunto de acciones, en las que tendrá mucho peso la eficiencia energética. En realidad, la disminución de las emisiones de los GEI que ocasionan el calentamiento global y el cambio climático se puede obtener: a) utilizando la energía de manera más eficiente; b) adoptando suministros de energía que ocasionen menos emisiones; c) gestionando mejor la biomasa para reducir las emisiones en origen y crear sumideros de carbono cuando sea posible; y d) modificando los comportamientos para adoptar estilos de vida que consuman menos energía. Todos esos cambios en las fuentes y los usos de la energía pueden ser fundamentales para llegar a un consumo y una producción sostenibles (CPS).
La utilización eficiente de los recursos, en concreto de la energía, es importante, para los países desarrollados y para los que están en vías de desarrollo, dado que, en torno a 2050, sobre todo en los países emergentes, las clases medias tendrán unos 3.000 millones de miembros más, que aspirarán al mismo nivel de consumo del que ahora disponen los países desarrollados. La inversión en productividad energética puede crear nuevos empleos, fomentar el crecimiento económico y reducir las facturas energéticas para las familias, haciendo más rentables las operaciones empresariales. Además, para los países en vías de desarrollo, el ahorro que conlleva la eficiencia energética podría poner los servicios energéticos a disposición de quienes carecen de ellos, promoviendo al mismo tiempo la eco-innovación.
Será esencial la utilización eficiente de los recursos, incluida la energía, ese caso «fácil». La reducción de las emisiones de los GEI se puede alcanzar mediante innovaciones tecnológicas y cambios de comportamiento que promuevan estilos de vida menos consumidores de energía, y eso incluye elegir bienes y productos más eficientes. El ahorro generado por una producción y un consumo de energía más eficientes puede suponer una aportación fundamental a la movilización de recursos financieros y al desbloqueo del capital de inversión, que, una vez garantizadas las necesidades básicas generales, podrían dirigirse a otras opciones de desarrollo como la educación y la salud.
Ciudades: «Ser sostenibles o no ser»
Hoy en día, gran parte del consumo y la producción tienen lugar en las ciudades: al incrementarse la urbanización, lo que hagan las ciudades cobrará más importancia, y eso las convertirá en artífices principales de soluciones sostenibles para la producción de bienes y servicios, y también de opciones de consumo responsables. En las ciudades, el consumo y la producción sostenibles comienzan en los edificios, la manera más fácil de promover un uso eficiente de la energía y de reducir las emisiones de CO2.
Al aplicar pautas de consumo y producción eficientes, las ciudades pueden actuar como catalizadores del desarrollo sostenible. La Nueva Agenda Urbana, enmarcada en el proyecto Hábitat III (Tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre vivienda y desarrollo urbano sostenible), proporciona una oportunidad para centrarse en la integración, tanto vertical como horizontal, y en la puesta en práctica de los ODS en el ámbito urbano. El fomento de la eficiencia energética en ese entorno incrementará su flexibilidad económica, contribuirá a la mitigación del cambio climático y reducirá los residuos y los costes que conlleva, mejorando al mismo tiempo la calidad de vida.
A tal fin, es esencial que todos los países, empezando por economías destacadas como las del G20, se involucren de manera más activa en la redacción de un programa que, de forma objetiva y responsable, aspire a la reducción de las emisiones. Esto pasaría por reunir a los gobiernos centrales y locales con las empresas en una alianza estratégica de larga duración, que se empeñe en ofrecer el transformador cambio de políticas y acciones que tanto necesitamos, para la evolución del mercado y los estilos de vida, con vistas a alcanzar pautas de consumo y producción responsables y sostenibles.
La comunidad global ha prestado más atención y destinado más inversiones a la búsqueda de fuentes de energía nuevas y renovables que a la reducción del consumo energético mediante la eficiencia, en gran parte de los sectores industriales y de consumo
Muchos de los problemas que se atribuyen a las ciudades emanan de políticas pasadas y actuales y de planes de actuación, unas y otros destinados a promover el crecimiento económico, y también del comportamiento de los consumidores. En este sentido, es especialmente importante tener en cuenta a una creciente clase media global que, gracias a las mejoras sanitarias, no solo se espera que viva más tiempo, sino que también se caracterizará por una mayor capacidad de compra. Dado que en los próximos 30 años se cree que esa clase media aumentará en unos 3.000 millones de personas, se puede decir que las ciudades serán las «industrias de los tres cuartos», ya que, por su magnitud, acogerán a unos tres cuartos de población, es decir, entre el 70 y el 90%, dependiendo de los sectores y regiones, de la población, del PIB, del consumo de recursos, de la producción de residuos y de las emisiones de CO2. Esto significa que no habrá sostenibilidad si no la hay en el ámbito urbano y si las ciudades no utilizan eficientemente los recursos para alcanzar un consumo y una producción sostenibles.
Sin embargo, para esto hace falta conocer y comprender verdaderamente el metabolismo urbano, en especial los flujos de recursos que entran y salen de las ciudades. En vista de las enormes presiones que estas sufrirán desde el punto de vista de la provisión de recursos y la demanda, será preciso ayudar a esas urbes y a sus redes a identificar y materializar los beneficios económicos, sociales y medioambientales de la gestión eficiente de los recursos y del consumo y la producción sostenibles. Esto les proporcionará, a ellas y a sus países, una mayor flexibilidad, gracias a las medidas de mitigación resultantes.
En última instancia, las ciudades que gestionan eficientemente los recursos conjugan una productividad y una innovación mayores con costes e impactos medioambientales menores, lo cual las convierte en motores de la sostenibilidad.
El incremento de la demanda de productos de consumo, que se registrará sobre todo en el entorno urbano, conducirá o no hacia el desarrollo sostenible dependiendo de cuáles sean las pautas de los consumidores y su demanda de productos bajos en emisiones y eficientes en la utilización de recursos. En este sentido, la innovación y las infraestructuras, duras y blandas, mejorarán la gestión de los recursos en las ciudades que «prediquen con el ejemplo», proporcionando a otras muchas urbes múltiples oportunidades de aplicar sus enseñanzas. Ese «predicar con el ejemplo» es absolutamente defendible, sobre todo en el caso de ciudades secundarias o de tamaño medio.
Resumiendo, podemos decir que si los gobiernos se toman en serio el desarrollo sostenible y buscan medidas responsables que proporcionen soluciones duraderas conducentes a un cambio verdaderamente transformador, el foco tendrá que apuntar cada vez más al fomento del consumo y la producción sostenibles. Esto deberá hacerse sobre todo a través de ciudades que gestionen eficientemente los recursos mediante unas políticas y una gobernanza pertinentes, unos instrumentos de mercado adecuados y un desarrollo de las capacidades que llegue a todos los niveles. En consecuencia, al mejorar la productividad y la eficiencia en los hogares, las industrias y las ciudades, y ofrecer un consumo y una producción sostenibles, países y gobiernos, empresas y sectores económicos, y también la sociedad estarán mejor equipados para afrontar las necesidades e inversiones financieras que servirán para consolidar y fortalecer aún más su transición hacia el desarrollo sostenible.
BIOGRAFÍA
ARAB HOBALLAH
Desde enero de 2015 Arab Hoballah es director de Estilos de Vida, Ciudades e Industria Sostenibles en el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA). Desde 2005 ha sido asimismo director de Producción y Consumo Sostenible y, anteriormente, desempeñó cargos de relevancia durante más de catorce años en el Plan de Acción para el Mediterráneo, todo ello también dentro del programa del PNUMA. Ha lanzado y supervisado numerosas iniciativas y colaboraciones en los ámbitos de la edificación, el urbanismo y el turismo. Ha estado activamente implicado en los procesos de preparación de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible, también conocida como Río+20.