ANNE WHITSON SPIRN
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Los individuos y las sociedades registran sus valores, creencias, ideas e identidad en los paisajes que crean, dejando tras de sí un legado de relatos que se narran y leen gracias a un lenguaje paisajístico
Para Raymond Williams, la palabra nature «quizá sea la más compleja del idioma [inglés]» (Williams, 1983). Describe una cualidad, el carácter esencial de algo. La naturaleza es una abstracción, escribe Williams, un conjunto de ideas para el que muchas culturas no tienen un solo nombre. El propio carácter abstracto del término oculta las radicales diferencias que presenta su definición en diferentes culturas, incluso entre individuos de la misma cultura (Spirn, 1997).
Para mí, la naturaleza no es un lugar, como un parque o un desierto, ni tampoco un rasgo del relieve como un árbol o un río. Para mí, la naturaleza son los procesos creadores y promotores de la vida que lo vinculan todo en el mundo biológico y físico, incluyendo a los seres humanos. A lo largo del tiempo, esos procesos químicos, físicos y biológicos interactúan con los sociales, económicos, políticos y culturales para producir paisajes. La palabra paisaje la utilizo con tanta liberalidad como parquedad aplico al uso de naturaleza, porque espero recuperar los significados primigenios de la palabra en las antiguas lenguas inglesa y nórdica: los relativos al proceso de configuración mutua entre personas y lugares (Olwig, 1996; Spirn, 1998). El paisaje, en su sentido original, no es un mero decorado. Comprende tanto a la población de un lugar como los elementos de su relieve: su topografía, sus caudales de agua y su vida vegetal; las infraestructuras de sus calles y alcantarillas; sus edificios y espacios abiertos.
Los individuos y las sociedades registran sus valores, creencias, ideas e identidad en los paisajes que crean, dejando tras de sí un legado de relatos que se narran y leen gracias a un lenguaje paisajístico dotado de unos elementos, una pragmática y una poética propios (Spirn, 1998). El lenguaje del paisaje es una potente herramienta. Permite a la gente percibir pasados que sin él no conocerían, anticipar lo posible, imaginar, elegir y modelar el paisaje futuro.
Desde 1987, la cuenca fluvial y el barrio de Mill Creek, situado en el oeste de Filadelfia y uno de los más pobres de la ciudad, ha sido el laboratorio que he utilizado para poner a prueba y generar ideas sobre el lenguaje y el alfabetismo paisajísticos, las «tres E» del desarrollo sostenible (entorno, economía y equidad), y lo que Randolph Hester ha denominado «democracia ecológica», o cómo recuperar los ecosistemas urbanos y reconstruir las comunidades desde la sinergia (Spirn, 1998; Hester, 2010).2 La alfabetización paisajística permitió a los habitantes de Mill Creek leer las historias medioambientales, sociales, económicas y políticas enraizadas en su propio paisaje, proporcionándoles un modo de formular nuevos relatos con los que imaginarse cómo transformar su barrio, colaborando con los funcionarios públicos y también cuestionándolos.
Lectura del paisaje en Mill Creek
El paisaje del barrio de Mill Creek es un catálogo de fracasos de la política, la planificación y el diseño urbanos del siglo XX.4 Las primeras directrices que dio el Organismo Federal para la Vivienda de Estados Unidos en la década de 1930 a las aseguradoras aludían a la raza de la población de cada barrio y la edad de sus edificios, lo cual contribuyó a favorecer la exclusión territorial. Proyectos de renovación urbana de la década de 1950, como las torres de viviendas públicas incrustadas en este barrio compuesto por hileras de pequeñas casas adosadas, tuvieron consecuencias devastadoras para la zona que pretendían mejorar y contribuyeron a la segregación racial de un vecindario en el que negros y blancos llevaban por lo menos un siglo viviendo en idénticas casas adosadas. Parques, zonas infantiles y calles construidas en los años sesenta se deterioraron y vinieron abajo pocas décadas después de construirse, y hace poco se derribó un proyecto de vivienda pública levantado en los cincuenta.
Mill Creek es uno de los barrios más pobres de Filadelfia, pero tiene muchos habitantes de clase media con buena formación, casi todos afroamericanos. Los escaparates cubiertos con tablones hablan de empresas fallidas, pero otras, como los numerosos huertos urbanos, sí prosperan. Junto a manzanas llenas de solares vacíos y estructuras destrozadas hay otras con casas y jardines bien cuidados. El cómo y el dónde del abandono siguen pautas que revelan la naturaleza de Mill Creek y que son esenciales para su futuro (Spirn, Pollio y Cameron, 1991).
El rasgo de relieve de Mill Creek que ha tenido consecuencias más relevantes, persistentes y devastadoras es el que menos se reconoce: la enterrada llanura aluvial del antiguo río (que da nombre al barrio) y los procesos hidrológicos que siguen moldeándolo.
En su día, el pequeño Mill Creek drenaba dos tercios de Filadelfia Oeste, y eso es lo que siguen haciendo sus alcantarillas. Antes discurría por la superficie y la fuerza erosiva del agua procedente del caudal principal y de su cuenca horadaba los valles, desde los afluentes del norte a la desembocadura en el río Schuylkill.
A finales del siglo XIX el río se había contaminado con los residuos de los mataderos, las curtidurías y las viviendas. En la década de 1880 se enterró en un colector y su llanura aluvial se rellenó para construir encima, aunque sigue drenando las aguas pluviales y recoge los residuos de la mitad de Filadelfia Oeste y de los suburbios periféricos que hay en su curso alto. Los suburbios que se iban construyendo en la cuenca iban arrojando más y más aguas residuales y pluviales al colector. En la actualidad, el tamaño de la tubería —de unos seis metros de diámetro— ya no basta para recoger todas las aguas residuales y las pluviales que manan cuando hay grandes aguaceros.
Durante el siglo XX, el suelo cedió en diversos tramos del colector. El río minó edificios y calles, y dejó en el paisaje urbano sinuosos surcos diagonales formados por cimientos basculantes y solares vacíos.
En 1945, Pensilvania promulgó leyes para posibilitar las reformas urbanas que, con financiación federal, contemplaba la Ley de Remodelación Urbana. Tres años después, el Ayuntamiento decidió reacondicionar el barrio de Mill Creek y encargó un plan al arquitecto Louis Kahn. En 1950, después del derrumbe de un colector cerca de las calles 47 y Fairmount, Kahn también recibió el encargo de diseñar el Plan de Vivienda de Mill Creek para varias manzanas cercanas al hundimiento. El proyecto se llevó a cabo y también se construyeron zonas de columpios y campos de béisbol, donde otros bloques se habían hundido. El suelo que estaba justo por encima del colector se mantuvo como zona de césped abierta o como aparcamiento, pero gran parte de las viviendas públicas se levantaron sobre la llanura aluvial enterrada. En los últimos años no ha habido derrumbes de importancia, pero en la zona siguen abundando calles con áreas de columpios y los aparcamientos con socavones, además de los cimientos inestables. Entre 1950 y 1970, el barrio de Mill Creek perdió un 27% de su población. En la década de 1990, perdió el 9% de sus habitantes (Díaz, 1999).
La abundancia de solares vacíos y de propiedades decrépitas o abandonadas que se apreciaba en la década de 1980 en Mill Creek no resulta sorprendente si tenemos en cuenta que perdía habitantes y capital y que recibía aguas residuales y subterráneas.
El Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste (WFLP)
Llevo casi treinta años de trabajo y estudio en Mill Creek, tanto en el barrio como en su cuenca: primero, entre 1987- 1991, dentro de un plan paisajístico global y del proyecto de «ecologización» de Filadelfia Oeste; después, desde 1994, centrando mi investigación principalmente en esa zona.
Al finalizar la primera fase del Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste, en 1991, mis alumnos, colegas y yo misma hicimos propuestas relacionadas con la reutilización estratégica de solares urbanos vacíos de la cuenca del Mill Creek y diseñamos docenas de huertos (Spirn y Pollio, 1990; Spirn, Pollio y Cameron, 1991; Spirn, 1991). Durante la primera fase del proyecto (1987-1991) y en los años posteriores confié en convencer a la Comisión de Planificación Urbana y al Departamento de Aguas de Filadelfia de que el río enterrado era tanto una fuerza con la que había que contar como un recurso que explotar. Sin embargo, cuando en 1994 se publicó el Plan para Filadelfia Oeste del Ayuntamiento, no mencionaba ni la llanura aluvial enterrada ni los riesgos que conllevaba. Ese mismo año, el Ayuntamiento donó un amplio solar vacío para la construcción de viviendas subvencionadas destinadas a primeros propietarios de renta baja. Este proyecto fue especialmente problemático, porque el solar estaba sobre la llanura aluvial.
Existe una injusticia todavía mayor que la exposición desigual a condiciones inclementes: interiorizar la vergüenza de pertenecer a un barrio
Cuando el Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste se puso en marcha en 1987, yo no tenía pensado dedicarme a él durante mucho tiempo. Sin embargo, la indiferencia que mostró la Comisión de Planificación Municipal hacia la salud, la seguridad y el bienestar de los habitantes de Mill Creek fue un acicate para mí. También me hizo comprender cosas que perfilaron y aumentaron el número de preguntas a las que mi investigación pretendía responder. Al enfrentarme al escepticismo que suscitaban tanto la existencia como los peligros de la llanura aluvial enterrada, comencé a ver en esa resistencia una manifestación de analfabetismo: las autoridades públicas, los promotores inmobiliarios e incluso los propios habitantes de Mill Creek no podían leer el paisaje.
Organicé mis clases y mi investigación para indagar en esas cuestiones. Entre 1994 y 2001, mis estudiantes de la Universidad de Pensilvania (UP) y del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) analizaron la cuenca urbana, demostraron cómo se podía recoger el agua pluvial mediante proyectos paisajísticos que también sirvieran para contener esas aguas, y diseñaron proyectos de humedales, jardines acuáticos y zonas de estudio medioambiental en solares vacíos del barrio de Mill Creek. A comienzos de 1996, cuando se puso en marcha la página web del Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste, esta tenía una base de datos, informes y proyectos construidos entre 1987 y 1991. Desde entonces ha servido de escaparate para los trabajos que se han hecho (www.wplp.net).
Con el fin de llegar a muchos sectores demográficos de Mill Creek, mis alumnos y yo comenzamos a colaborar con una escuela pública del barrio. Lo que inicialmente era un programa comunitario que, centrado en la educación medioambiental, tenía como eje la cuenca urbana, se convirtió en un programa de alfabetización paisajística y desarrollo comunitario. Entre 1996 y 2001, cientos de niños de Sulzberger y alumnos de la UP aprendieron a leer el paisaje del barrio: rastrearon su pasado, descifraron sus historias y contaron cómo veían las de su propio futuro, que en algunos casos se materializaron. Como herramientas tenían su mirada y su propia imaginación, el lugar en cuestión y documentos históricos como mapas, fotografías, artículos de prensa, cuadros del censo y planes de renovación urbana. El programa tenía cuatro partes: lectura del paisaje, propuesta de cambios en el mismo, desarrollo de mejoras y documentación de propuestas y logros. Las dos primeras se incorporaron a programas de cursos universitarios y escolares durante el año académico, y los cuatro se integraron en un curso de verano de cuatro semanas.
Me advirtieron que Sulzberger era un lugar que evitaban muchos docentes del Distrito Escolar de Filadelfia: parecía que su reputación tenía que ver con las malas notas de los alumnos en los exámenes comunes del municipio (de las peores de todas sus escuelas intermedias) y con la fama de peligroso que tenía el barrio. Al igual que los habitantes de Mill Creek, todos los alumnos (y la mayoría de los maestros) eran afroamericanos. Al iniciarse, en el otoño de 1996, el primer año del programa ampliado, una maestra de Sulzberger me dijo que sus alumnos llamaban al barrio «El fondo». ¿Entonces es que saben que está en una llanura aluvial? «No, quieren decir que no puede caer más bajo». Ambas connotaciones de la palabra pueden leerse en la zona que rodea la Escuela Intermedia de Sulzberger: agua estancada después de la lluvia; calles y aceras abolladas; solares vacíos llenos de escombros; manzanas enteras de terreno abandonado, hombres rondando por las esquinas, sin empleo, en días laborables.
Fue todo un desafío cambiar la percepción que alumnos y docentes tenían de Mill Creek, que consideraban divorciado del mundo natural. Igualmente difícil fue convencer a los chavales de que en otro tiempo el barrio había sido diferente y que se podía cambiar. Cuando mis alumnos hablaban de planes de cambio, los niños les mencionaban todas las razones por las que fracasarían. «Es imposible». «Alguien se lo cargará». Lo que al final liberó la imaginación de los alumnos fue estudiar la historia del barrio.
«Pero ¿de verdad había un río?», preguntó una niña de 13 años en abril de 1997 al observar una fotografía de 1880 en la que se veía un cauce, un molino, a obreros empequeñecidos por el enorme colector que estaban construyendo y nuevas casas adosadas al fondo. Lo que se pretendía era que los chavales se acostumbraran a buscar detalles relevantes, formular preguntas y dar respuestas razonadas. El objetivo era que, después de leer esos documentos que relataban la historia del barrio, los chavales trasladaran ese proceso a la lectura del propio paisaje.
La alfabetización paisajística, que va más allá de la lectura, también significa modelar el paisaje. Cada estudiante hizo una propuesta para conseguir que el río dejara de ser un problema y se convirtiera en un activo para el barrio. Los trabajos y dibujos se publicaron al final del curso en un folleto con comentarios breves, entre otros del alcalde de Filadelfia y de concejales.5 A finales de abril, los alumnos de Sulzberger, junto con sus tutores de Pensilvania, presentaron en público la historia de Mill Creek, ilustrada con diapositivas y carteles en un simposio celebrado en la Universidad de Pensilvania.
A comienzos del semestre, los chavales de Sulzberger no hablaban bien de Mill Creek y decían que, si pudieran elegir, no vivirían ahí. Dos meses después, todos menos uno decían que querían ir a la universidad. Su maestro indicó que el rendimiento en todas las materias había mejorado mucho y lo atribuía al Proyecto Mill Creek: a cómo la documentación primaria había cuestionado la historia, haciéndola más real para los chavales, y a la sensación creciente de que sus vidas y su paisaje tenían que ver con el resto de la ciudad, la región y el país.
A partir de 1998, la Escuela Intermedia de Sulzberger y el Proyecto Mill Creek fueron recibiendo cada vez más reconocimiento local, nacional e internacional. En el portal del Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste, la sección dedicada a Sulzberger indujo al gobernador de Pensilvania a invitar a los alumnos de ese centro a hacer una presentación de cinco minutos dentro de su discurso sobre presupuestos de 1998 ante las cámaras estatales. Ese mismo año, el Distrito Escolar de Filadelfia nombró a Sulzberger «Escuela del mes» y realizó un documental sobre el Proyecto Mill Creek y las innovaciones del centro. En 1999, las noticias de la NBC dedicaron un reportaje al colegio. En 2000, lo visitó el presidente Bill Clinton.
El reconocimiento al Proyecto Mill Creek y a los maestros y alumnos de Sulzberger abrió las puertas a otras colaboraciones. En 2001, el Departamento de Aguas, la Agencia de la Vivienda y la Comisión de Planificación Urbana de Filadelfia presentaron al Programa Esperanza VI del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos un presupuesto de 34,8 millones de dólares, tanto para reutilizar el espacio de viviendas públicas de Mill Creek como proyecto piloto que le sirviera a la escuela de zona de estudio medioambiental, para integrar las medidas de contención del agua pluvial y reducir los desbordamientos combinados. La propuesta se aceptó y en noviembre de 2002, el Ayuntamiento despejó la zona y comenzó las obras en agosto de 2003.
Yo pensaba que las cosas iban bien. Sin embargo, el Estado de Pensilvania asumió el control de su Distrito Escolar y entregó la gestión de Sulzberger, entre otros colegios, a Edison Inc., una empresa radicada en Nueva York. En 2004, me enteré de que el proyecto piloto del Departamento de Aguas para Mill Creek no se llevaría a cabo tal como se había previsto. Se construirían casas nuevas, pero el proyecto que pretendía conjugar la contención de las aguas pluviales con la mejora de la calidad del agua se recortó, y también la colaboración con Sulzberger.
En vista de estos fracasos, recordé el escepticismo con el que los chavales veían al principio las perspectivas de cambio. «Es imposible». «Alguien se lo cargará».
Educación, pobreza, delincuencia, transporte, vivienda: «En los Estados Unidos del siglo XXI no hay dinero para ocuparse de esas cosas», apuntaba Howard Neukrug, fundador de la Oficina de Cuencas Fluviales en 1999 y nombrado comisario de Aguas de Filadelfia en 2011. «Pero sí hay dinero para gastarlo en la mejora de la calidad del agua… Por la razón que sea, como nación, hemos priorizado los desbordamientos conjuntos». Cuando la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos amenazaba al Ayuntamiento con importantes multas por contaminar el agua, Neukrug convenció al Departamento de Aguas de Filadelfia de que debía poner en marcha un plan visionario de reducción de los desbordamientos combinados utilizando infraestructuras «verdes»: en la actualidad se considera que Green City, Clean Waters: Combined Sewer Long Term Control Plan Update (2009) fue un punto de inflexión para las políticas, la planificación y la ingeniería en todo el país. Postula la reducción de las superficies impermeables de la ciudad en un 30% en 2020, para así recoger el agua de lluvia desde la primera gota. Si el plan funcionara, la ciudad se ahorraría miles de millones y podría disfrutar de muchas ventajas en materia de empleo, educación y desarrollo de los barrios. Sin embargo, ¿funcionará (materialmente) y puede hacerse (económica o políticamente)?
Con el fin de ayudar a probar y perfilar el plan de Filadelfia, en 2010 y 2011 mis alumnos del MIT estudiaron toda la cuenca interurbana de Mill Creek, desde la cabecera hasta la desembocadura, y descubrieron que, mientras se propone este plan visionario, los errores del pasado persisten. Irónicamente, en la pasada década, el Ayuntamiento de Filadelfia construyó nuevas casas en solares antes vacíos del barrio de Mill Creek, entre ellas muchas sobre la llanura aluvial enterrada. La tendencia a encontrar solares vacíos en esa zona ya no es tan evidente y allí no hay tantas posibilidades de enfrentarse al problema de los desbordamientos combinados que sufre la ciudad. Además, pocos habitantes de los barrios céntricos que hay por encima del río enterrado conocen Green City, Clean Waters, y carecen del alfabetismo paisajístico de los antiguos alumnos de Sulzberger. No leen las historias que su paisaje les cuenta, entrelazando referencias al río enterrado, los cimientos deteriorados, las casas abandonadas, los solares vacíos y los huertos urbanos. Sin comprender esas historias resulta difícil imaginarse cómo podría haber nuevos paisajes que reconstruyeran el barrio purificando el agua de la ciudad.
Mis alumnos y yo seguimos investigando cómo Green City, Clean Waters puede fomentar esas «tres E» del desarrollo sostenible. En el otoño de 2015 y durante 2016 trabajamos con el programa piloto «De las escuelas verdes a la transformación del barrio», que combina la gestión del agua pluvial y la rehabilitación medioambiental con la transformación del barrio, la educación y el empoderamiento de la juventud (http://architecture.mit.edu/ class/nature).
Alfabetización paisajística, justicia medioambiental y planificación y diseño urbanos
Mill Creek lo conforman todos los procesos que operan en los centros urbanos de Estados Unidos. La correlación entre río enterrado y edificios deteriorados y solares vacíos en los centros urbanos no es privativa de Filadelfia: en Boston, Nueva York, San Luis y muchas otras ciudades de Estados Unidos se observan situaciones parecidas (Spirn, 1986 y 2000).
Hace veinte años, yo pensaba que la peor consecuencia del analfabetismo paisajístico era la injusticia medioambiental que producía, en forma de problemas sanitarios y de seguridad. Los alumnos de Sulzberger me demostraron que existe una injusticia todavía mayor que la exposición desigual a condiciones inclementes: interiorizar la vergüenza de pertenecer a un barrio. Antes de que los chavales de la escuela de Sulzberger aprendieran a leer su paisaje en profundidad, lo leían parcialmente. Sin comprender cómo había evolucionado el barrio, muchos creían que las malas condiciones eran culpa de sus habitantes, de su incompetencia o falta de cuidado. Enterarse de que había otras razones les produjo cierto alivio. Gracias a los conocimientos y la capacidad para leer la historia del paisaje, comenzaron a ver su hogar de forma más positiva. Empezaron a imaginarse otros futuros posibles y a lanzar múltiples ideas. Convencidos de sus conocimientos y de su capacidad para razonar, replicaron a los funcionarios con confianza y los impresionaron con propuestas fundamentadas. Leer y modelar el paisaje es aprender y enseñar: a conocer el mundo, a expresar ideas y a influir en los demás.
Se suele considerar que el alfabetismo verbal —la capacidad para leer y escribir— es esencial para que un ciudadano participe plena y eficazmente en una sociedad democrática. La alfabetización se convirtió en uno de los pilares del movimiento por los derechos civiles en los Estados Unidos de las décadas de 1950 y 1960. La «Escuela ciudadana», que pretendía fomentar el registro para el voto gracias a la alfabetización, se convirtió en un foro de debate y un catalizador de la acción política (Horton y Freire, 1990). Cuando en 1999 supe del trabajo de Myles Horton con defensores de los derechos civiles y de los programas de alfabetización de adultos de Paulo Freire en Brasil, me sorprendieron los muchos paralelismos que podían establecerse con mi experiencia de alfabetización paisajística en Mill Creek.
Al igual que la alfabetización verbal, la paisajística es una práctica cultural que conlleva tanto entender como transformar el mundo. Sin embargo, entre ambas existe una diferencia: muchos de los profesionales responsables de planificar, diseñar y construir la ciudad son analfabetos paisajísticos. Después de seis semanas de investigación sobre la historia de su barrio, los chavales estaban más alfabetizados que muchos profesionales, y algunas de sus propuestas para el barrio eran más perspicaces. Estar alfabetizado es reconocer tanto los problemas de un lugar como sus recursos, comprender cómo han surgido, cómo se mantienen y cómo se relacionan entre sí.
La alfabetización paisajística debería ser un pilar del desarrollo comunitario y de la planificación y el diseño urbanos. La planificación prudente se basa en la transformación de problemas en oportunidades y de las desventajas en ventajas, y en intervenir con la escala adecuada. Diseñar con sensatez es escuchar los diálogos que se están produciendo en un lugar, distinguir entre historias duraderas y efímeras, e imaginarse cómo se puede participar en la conversación. Hay mucho en juego para quienes deben vivir en los lugares que los profesionales contribuyen a crear. Al igual que la alfabetización, la planificación y el diseño urbanos son prácticas culturales que pueden servir para perpetuar la desigualdad de las estructuras sociales actuales, o para permitir el cambio democrático y fomentarlo.
Notas
1. Desde hace casi 30 años pregunto a mis estudiantes (la mayoría norteamericanos, pero muchos otros de Sudamérica, Asia, Europa y Oriente Próximo) cómo definen ellos el concepto de naturaleza. Entre otras, sus respuestas han sido las siguientes: La naturaleza se la entregó Dios a los seres humanos en usufructo. La naturaleza se compone de árboles y rocas; todo, a excepción de los seres humanos y lo que estos hacen. La naturaleza es un lugar en el que no se ve la mano del hombre, un lugar para estar solo. La naturaleza se compone de procesos creadores y promotores de la vida que vinculan todo lo existente en los mundos físico y biológico, incluyendo a los seres humanos. La naturaleza es una conceptualización cultural que carece de sentido o de existencia fuera de la sociedad humana. La naturaleza es algo imposible de conocer. La naturaleza es sagrada. La naturaleza es Dios.
2. La democracia ecológica, tal como la define Hester, conjuga los enfoques participativos y ecológicos con vistas a la creación de lugares memorables, saludables, equitativos y bien adaptados a su entorno natural (Hester, 2010).
3. La idea de la alfabetización paisajística parte de otra fundamentalmente distinta, la de la legibilidad medioambiental desarrollada por Kevin Lynch (1964 y 1981) y otros autores. También se diferencia de las ideas relativas a la alfabetización medioambiental o ecológica (Orr, 1992), sobre todo por su énfasis en la historia, tanto humana como natural, en el lenguaje del paisaje como medio de acción y expresión, y en su relevancia, no solo para la sostenibilidad, sino para otros asuntos.
4 El presente capítulo se basa en 27 años de trabajo de campo y de acción-investigación académica y participativa en el Proyecto Paisajístico de Filadelfia Oeste, que vengo dirigiendo desde 1987. Entre las fuentes figuran: documentos históricos como datos del censo, mapas, planos, fotografías y artículos de prensa; mapas hechos a base de SIG que conjugan datos diversos: topográficos, de renta y de solares vacíos; documentación fotográfica; entrevistas u observación directa. Dada la magnitud del proyecto y la limitada longitud de este texto, es imposible citar todos los múltiples datos y fuentes en los que se basan mis afirmaciones. El libro que estoy escribiendo, titulado provisionalmente Top-down/bottom-up: Restoring nature, rebuilding community, empowering youth, ofrecerá información más detallada al respecto.
5. Power of Place: Essays about Our Mill Creek Neighborhood. Los textos y dibujos de este informe se incluyen en la página web del WPLP, y también las reflexiones de Glen Campbell, maestro en Sulzberger: http://web.mit.edu/wplp/sms/pub.htm. Para bautizar el curso nos inspiramos en el título del libro de Dolores Hayden, Power of Place (1995), lectura obligatoria en el mismo.
6. Howard Neukrug, comunicación personal, 8 de agosto de 2012. Véase Green City, Clean Waters, en http://www.wplp.net/stories. La Ley de Agua Limpia de 1972 (enmendada en 1977 y 1987) otorgó a la Agencia de Protección Medioambiental de Estados Unidos capacidad para aplicar normas sobre calidad del agua.
BIOGRAFÍA
ANNE WHITSON SPIRN
Arquitecta de paisajes, fotógrafa y académica, además de una galardonada autora de libros sobre paisajismo, cuyo trabajo está dedicado principalmente a la promoción de comunidades de vida sostenible. Estudió Historia del Arte en el Radcliffe College, donde se graduó con honores en 1969. En 1974 cursó el Máster en Arquitectura del Paisaje en la Universidad de Pennsylvania, y desde 1987 dirige el West Philadelphia Landscape Project, dedicado a la integración de paisajismo, desarrollo de la comunidad y gestión urbana de aguas pluviales. A lo largo de su dilatada carrera, Spirn ha recibido numerosas becas y galardones de prestigio, entre ellos el Guggenheim Fellowship y el President’s Award of Excellence, otorgado por la American Society of Landscape Architects. En 2002 fue finalista del Premio Nacional de Diseño, y en 2001 recibió el International Cosmos Prize por sus «contribuciones a la convivencia armoniosa entre la naturaleza y la humanidad». Desde el año 2000 es profesora de Arquitectura y Planificación del Paisaje en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT).
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Referencias
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