Rehabilitación sostenible

ALBERT CUCHÍ

 

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Si no cambiamos la forma de construir, el sector de la edificación demandará en 2050 todas las emisiones de efecto invernadero que serán admisibles ese año

Este curso, a mis estudiantes de Arquitectura de Sicilia les hemos propuesto un ejercicio muy singular que, aunando las materias de Diseño urbano y Restauro (restauración, rehabilitación), intenta explorar cuál debe ser la visión adecuada a la hora de abordar la intervención para rehabilitar edificaciones en el ámbito urbano; cuál ha de ser la escala comprensiva donde se manifiesten en verdadera magnitud las cuestiones que son relevantes en este momento, los retos que hay que afrontar y a los que debemos dar respuesta —también— desde la arquitectura.

La laurea (licenciatura) en Arquitectura de la Università degli Studi di Enna «Kore» de Sicilia que estos estudiantes están cursando tiene, como paradigma que organiza su aprendizaje, la consideración de que la ciudad debe ser interpretada como el resultado del metabolismo social. Esto es, de las relaciones de la sociedad con su medio, de los mecanismos a través de los cuales obtiene los recursos que la sociedad precisa para mantenerse y reproducirse. La propia organización de la sociedad no es ajena a ese metabolismo, si lo consideramos parte fundamental de cualquier cultura.

De este modo, los diferentes modelos urbanos pueden ser interpretados como reflejo de distintas propuestas de vida, soportadas por diversos metabolismos sociales. Así, la ciudad tradicional deviene un producto de culturas cuya base de recursos era la gestión del territorio —básicamente de su matriz biofísica—, de donde se obtenían los recursos sociales. La periferia de esa ciudad tradicional, producto ya de la cultura industrial, se ha forjado sobre modelos urbanos propuestos por los urbanistas del movimiento moderno, planteamientos de nuevas ciudades que trataban de dar respuesta a los problemas de la nueva sociedad industrial con los recursos que esa nueva cultura ponía en nuestras manos. La ciudad difusa —el urban sprawl— sería la expresión final de una sociedad industrial avanzada, con unas infraestructuras de movilidad y comunicaciones de una escala impensable hace algunos decenios.

Pero sobre esa idea de la ciudad como expresión del metabolismo social, la laurea plantea que el problema que debemos resolver es cómo transformar nuestro metabolismo industrial actual —que se ha revelado insostenible— hacia un metabolismo nuevo, no contaminante, basado en recursos renovables. Un metabolismo sostenible que conserve la calidad del medio. Y cómo, desde el hecho de habitar esas ciudades e intervenir sobre ellas, se puede colaborar en esa transformación del metabolismo social. Los cursos de la laurea se detienen entonces a analizar los modos de vida propuestos en cada modelo urbano, a descubrir el metabolismo social que los soporta, y a contrastarlo con la demanda de sostenibilidad. También hacen propuestas de transformación, para rehabitar y rehabilitar nuestras ciudades, ayudando en la tarea de alcanzar un metabolismo social sostenible.

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Este curso trabajamos sobre la ciudad tradicional. Una ciudad basada en un metabolismo social necesariamente sostenible, por cuanto la sociedad tradicional depende del mantenimiento de la capacidad productiva del territorio, de disponer de los recursos en un ciclo cerrado en el que los residuos deben regresar al medio de la forma oportuna, para que ese medio mantenga su productividad. Un metabolismo que exige una intrincada gestión del territorio, configurando paisajes en los que sus diferentes elementos —bosques, cultivos, prados, huertas, caseríos, etcétera— se encuentran enlazados en complejas estrategias de obtención de recursos y de mantenimiento de la fertilidad.

Les hemos propuesto a nuestros estudiantes que seleccionen una serie de materiales de edificios históricos y que traten de reconocer el paisaje de donde provienen. Que intenten reconstruir los paisajes que produjeron esos materiales, que generaron esas arquitecturas, dónde estaban, qué alcance tenían. Un ejercicio que deben completar con la selección de otra serie de materiales —esta vez modernos, industriales— y ver cuál es hoy el paisaje que producen estos nuevos materiales, y qué alcance tiene.

A modo de ensayo, en el primer workshop del curso trabajamos sobre las fachadas del centro histórico de Catania, la segunda ciudad de Sicilia, seleccionando los materiales más frecuentes, los que tenían mayor impronta en el medio urbano. Los alumnos descubrieron que esos materiales estaban directamente ligados a dos de los episodios más impactantes de la historia de Catania. En primer lugar, la erupción del volcán Etna en 1669. En esa ocasión, una lengua de lava de considerable magnitud se acercó a la ciudad, y solo la muralla fue capaz de protegerla y desviar la lava hacia el mar. Luego, algunos años después, en 1693, un terremoto destruyó completamente la ciudad, que se reconstruyó formando el centro histórico del settecento que hoy podemos contemplar.

Los estudiantes descubrieron cómo la piedra lavica —obtenida de la lava volcánica que amenazó la ciudad, ya enfriada y solidificada— formó parte esencial del material con el que se reconstruyó Catania. Junto con los restos de la ciudad anterior al terremoto, las piedras más duras de la lava que llegó a Catania en la erupción de 1669 se usaron para pavimentos y para los muros de la ciudad. Las piedras eruptivas más blandas y porosas fueron utilizadas como arena para los revestimientos de muros, dando ese color gris característico del intonaco (revoco) de las fachadas urbanas del centro histórico. Y, aun, la arcilla de los campos que circundaban la ciudad, cocida por la lengua ardiente de lava durante la erupción, dio lugar a un material de construcción de características similares a la puzzolana de los romanos, y que se extraía excavando esas arcillas por debajo del manto de lava solidificada. Los revocos rosados de muchos muros se produjeron con ese material y, aún hoy, el negro de la piedra lavica y los grises y rosados de los revestimientos son los colores propios de Catania, usados también en las construcciones modernas como seña de identidad, aunque se obtengan hoy de otros materiales.

Mis estudiantes deben ahora trabajar en su ciudad —Enna, en el centro de Sicilia— y seleccionar en algunos de sus edificios históricos los materiales con los que se construyeron y se consiguió hacerlos habitables. Descubrirán que la ciudad, situada sobre una montaña, como tantas otras en Sicilia, creció excavando sobre la misma roca los materiales de sus muros. Y se preguntarán por los bosques de donde salió la madera para construir sus techos: ¿dónde están ahora los bosques de Sicilia? ¿Qué relación tenían con los cultivos, con el afamado trigo siciliano que abasteció Roma? ¿Y con la leña para cocer la cal y para calentarse? También se preguntarán por el agua, tanto la que bebían los habitantes como el agua de lluvia que caía sobre las cubiertas. Y sobre las calles de la ciudad, que actuaban como auténticos torrentes urbanos, organizados para gestionar y aprovechar el agua de escorrentía.

Y mirando esas cosas ya se han dado cuenta de que los pavimentos de las calles de Enna —de su ciudad— son de piedra lavica de Catania. ¿Cuándo y cómo llegó hasta aquí, a 80 km del volcán? Llegó con el ferrocarril, cuando la revolución industrial facilitó las comunicaciones y permitió desplazar materiales cada vez más pesados y menos costosos a mayores distancias, ampliando los paisajes con los que se construían las ciudades, extendiendo la huella del metabolismo social hasta hacerla hoy global. Pero eso fue a cambio de quemar carbón, de reducir costes de transporte externalizando otros costes, que hoy empezamos a pagar en forma de cambio climático.

Cuando mis estudiantes dibujen los paisajes que construyeron la ciudad histórica descubrirán aquellos que fueron próximos, y cuán entrelazados estaban los diferentes elementos de esos paisajes con los diversos recursos que la sociedad obtenía de ellos. Cuán imbricada estaba la producción de la arquitectura con la satisfacción de otras necesidades sociales. Y hasta qué punto el metabolismo urbano estaba conectado con su propio territorio.

Y también cuán lejos están los paisajes que abarcan los materiales de construcción de hoy: el cemento, el acero. Cuán lejos en el espacio y en el tiempo —eones desde su formación— están los recursos energéticos fósiles que se usan para producirlos, y cómo alcanzarán confines lejanos en el espacio y en el tiempo los efectos que causarán en el clima. Es la misma energía que se usa para hacer confortables los edificios. O la que sirve para llevar el agua hasta las viviendas. O para accionar las infraestructuras que soportan nuestro metabolismo urbano. Cuán lejanos y tremendos son los paisajes que genera la minería de la bauxita, de la que procede el aluminio de nuestras ventanas: ya no está bajo nuestros pies, ni ordena nuestras vidas ni nuestras actividades, pero sí las de otros; otras vidas de las que no tenemos noticia. Debemos recuperar el espacio y el tiempo de nuestra forma de vida: eso es la sostenibilidad.

Los diferentes modelos urbanos pueden ser interpretados como reflejo de distintas propuestas de vida, soportadas por diversos metabolismos sociales

La mitad de la población mundial ya vive en ciudades. De aquí a 2050 se espera que la población crezca el equivalente a las actuales poblaciones de China y la India, y lo va a hacer en ciudades. Mayoritariamente en ciudades que ya existen, que van a crecer, a transformarse. En ciudades que son el reflejo, el resultado, de las maneras de vivir que las han creado y que las han usado. De la relación de la sociedad con el medio, de su metabolismo social.

Un reto que va a obligar a transformar las ciudades, a rehabilitarlas —a volver a hacerlas hábiles—, para acoger a gentes que van a venir en su mayor parte de la emigración del campo a la ciudad, y de los grandes procesos migratorios que agitan el mundo y que son fruto, en gran medida, de las transformaciones que opera nuestro sistema productivo industrial, insostenible y ahora globalizado. Ciudades que deben, por tanto, ser crisol de culturas y afrontar sus retos con el capital social y humano de esas gentes. Gentes de culturas distintas, gentes forjadas y forjadoras de paisajes muy diversos.

Unas ciudades que, al mismo tiempo, afrontan el reto de transformar el metabolismo social. Como espacio propio de nuestra cultura global, las ciudades van a ser el escenario, el campo de batalla, del cambio de modelo productivo hacia la sostenibilidad. Y lo van a ser porque son nudos de alta densidad de nuestro metabolismo social, y porque son los lugares donde la conciencia ciudadana —la ciudadanía— tiene mayor percepción de lo que sucede en ella, en el espacio público.

El reto de la sostenibilidad tiene una fuerte expresión urbana en todos los ámbitos que definen la ciudad. Obviamente, la tiene en la edificación. Un ejemplo: si no cambiamos la forma de construir y mantener habitables los edificios de una manera mucho más profunda a como lo estamos haciendo ahora, para cobijar el aumento de la población, el sector de la edificación demandará en 2050 todas las emisiones de gases de efecto invernadero que serán admisibles ese año, si queremos mantener por debajo de 2 °C el aumento global de la temperatura del planeta. Un reto mayúsculo, que lo es aún más si pensamos que deben hacer lo mismo la movilidad, la alimentación, la educación, y tantos otros bienes y servicios necesarios para una vida digna.

La crisis urbana, que supone afrontar en los próximos 35 años un aumento de la población de las ciudades desde los 3.600 millones actuales hasta los 6.000 millones, debe acompañarse además del necesario cambio de modelo productivo hacia un modelo centrado en la sostenibilidad.

Es por ello que el entendimiento de la ciudad como un producto del metabolismo social, como expresión de un paisaje productivo en el que se muestra la relación de la sociedad con el medio, tiene ahora tanto valor. Porque rehacer las ciudades frente a un crecimiento insólito, y hacerlo transformando nuestro modelo productivo hacia la sostenibilidad, necesita redes que relacionen ciudad y modelo productivo, y recursos para tejer y retejer esas redes. Recursos culturales que, en gran medida, llegan con la nueva población urbana. Acuden con ella, vienen trabados en madejas de conocimientos que deben tramarse sobre nuevas urdimbres, con una nueva forma de rehabilitar, de rehabitar, las ciudades.

Quizá la imagen de Catania amenazada por la lava del Etna en 1669 sea una buena metáfora de la situación de las ciudades en la actualidad. Enfrentadas a un reto soberbio —la emigración hacia los núcleos urbanos— que parece vaya a destruirlas pero que, finalmente, se puede convertir en aquello que permita su necesaria reconstrucción frente a un reto aún mayor.

Como último trabajo del curso, mis estudiantes tienen que proponer la rehabilitación de los edificios sobre los que han estado trabajando. Deben sugerir usos y, obviamente, proponer estrategias para que esos usos resulten adecuadamente acogidos de una manera sostenible, con recursos renovables, integrados en un metabolismo social no contaminante. Pero siendo conscientes de que, en realidad, con esos recursos están coadyuvando a la construcción de un nuevo paisaje, en el que sus estrategias de recursos para la edificación deberán enlazarse con otras estrategias de recursos —en alimentación, en movilidad, etcétera—; y que finalmente su trabajo, y la tarea que deberán hacer en el futuro como arquitectos, no es sino la construcción de un nuevo paisaje, del producto de un nuevo metabolismo social.

Créanme si les digo que espero ansiosamente los resultados de sus proyectos.

Notas

1. La matriz biofísica del territorio se compone de morfología —sus pendientes—, substrato, suelo, clima, flora y fauna. Las sociedades tradicionales vivían de la explotación del potencial que se produce en las relaciones entre esos elementos de la matriz biofísica, interviniendo sobre ellos para optimizar ese potencial y organizando el territorio para hacerlo.

BIOGRAFIA

ALBERT CUCHÍ

Arquitecto por la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona, es profesor titular e investigador en el Departamento de Construcciones Arquitectónicas de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura del Vallès de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Sus investigaciones se centran en las relaciones entre arquitectura y sostenibilidad, tanto desde el punto de vista del desarrollo de una nueva visión en el campo de trabajo del arquitecto como desde la creación de herramientas que permitan aplicar dicha visión. Entiende la sostenibilidad como la exigencia de cerrar los ciclos materiales en los procesos técnicos que satisfacen las necesidades humanas, y en este sentido el objetivo del trabajo de Cuchí es el estudio de los procesos que determinan la habitabilidad —la utilidad social básica que aporta la arquitectura— y su aplicación a los diversos ámbitos de decisión del arquitecto. Algunos de sus trabajos más importantes son Parámetros de sostenibilidad (2003), Arquitectura i sostenibilitat (2005), Las claves de la sostenibilidad (2007) y el informe Sobre una estrategia del sector de la edificación frente al cambio climático.

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