MAREK HARSDORFF
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Las empresas globales avanzan hacia sistemas de producción circular y abandonan el esquema basado en «producirutilizar- desechar», para centrarse en «producirutilizar- reutilizar»
El presidente Obama ha declarado que, para su sucesor, el desafío esencial será alcanzar un crecimiento económico equitativo y realmente sostenible (Obama, 2016). Afrontar esos dos desafíos primordiales —la justicia social y la sostenibilidad medioambiental— no es solo una labor imponente, sino que, además, se suele pensar que hay que llegar a un equilibrio entre ambos. Lo que el presente texto defiende es que, en realidad, el empleo y la sostenibilidad se refuerzan mutuamente. Una estrategia de crecimiento verde impulsada por el empleo es más equitativa que un crecimiento convencional, basado en el capital. En consecuencia, una estrategia laboral verde podría alcanzar ambos objetivos.
- En primer lugar, analizaremos el vínculo conceptual entre empleo y medio ambiente y la interacción física entre puestos de trabajo, recursos naturales, destrucción del medio y, en concreto, justicia social.
- En segundo lugar, se examinará la incipiente transformación estructural de corte ecológico, impulsada por cambios en las empresas, el consumo y las políticas, desde la perspectiva del empleo y la desigualdad.
- El texto termina con ciertas conclusiones, que proponen políticas que fomenten una transición justa hacia economías respetuosas con el medio ambiente y generadoras de empleo, en las que los beneficios se compartan de manera más equitativa y el crecimiento sea medioambientalmente sostenible.
La provechosa interacción física entre trabajo y naturaleza
El lema «En un planeta muerto no hay puestos de trabajo» —adoptado por el movimiento sindical en vísperas del histórico acuerdo contra el cambio climático de 2015— expresa fundamentalmente el vínculo entre medio ambiente y empleo: las economías y las empresas dependen del entorno natural para crecer, crear y mantener puestos de trabajo. Al mismo tiempo, un crecimiento económico no sostenible destruye el medio natural, lo cual tiene, a su vez, consecuencias negativas para las economías y el empleo. Si utilizamos el término biológico simbiosis, definido por el micólogo alemán Heinrich Anton de Bary como «convivencia de organismos distintos», el empleo y el medio ambiente podrán entenderse como una interacción basada en una dependencia mutua, estrecha y de larga duración. La función reguladora del clima es crítica para la producción de alimentos en la Tierra. La agricultura da trabajo a 1.300 millones de personas, es decir, prácticamente al 40% de la mano de obra mundial, y es el principal empleador del planeta. Sin embargo, la naturaleza no solo ejerce funciones reguladoras como la del clima, necesario para la agricultura; también proporciona materiales de construcción, viento, agua y energía solar para crear empleos en energías renovables, plantas medicinales para servicios sanitarios y valor (Millennium Ecosystem Assessment, 2006). No obstante, el crecimiento económico basado en los combustibles fósiles, la destrucción del medio y la deforestación, además de crear empleos desde el inicio, también está conduciéndonos a un cambio del clima y del entorno natural. Por su parte, el cambio climático y la destrucción del medio tienen consecuencias negativas para gran parte de los empleos del mundo (véase la figura 1).
Figura 1: El vínculo entre empleo y sostenibilidad

Una importante dimensión del vínculo entre empleo y medio ambiente radica en la igualdad y la pobreza. En realidad, el trabajo y la renta de los pobres dependen de manera desproporcionada de los recursos naturales. Estudios realizados en Brasil, la India e Indonesia indican que, en tanto que la agricultura, la silvicultura y la pesca suponen menos del 10% del PIB general, para los pobres las actividades y las rentas relacionadas con los recursos naturales representan más del 75% de ese índice (TEEB, 2010).
Deslocalización de externalidades: una preocupante tendencia mundial
A escala global se pueden observar dos preocupantes tendencias: el deterioro del empleo y el incremento de la desigualdad van parejos a la degradación del medio ambiente. Utilizando como variable sustitutiva el empleo vulnerable y la eficiencia material como entorno, se observa que ambos indicadores tienden a empeorar.
El uso de materiales en el mundo es una buena variable sustitutiva de la sostenibilidad medioambiental, porque cuanto más material utiliza la actividad económica, más impacto medioambiental producen la extracción de materiales y la contaminación emanada de la transformación, la utilización y el desecho de esos materiales. Alcanzar el crecimiento económico consumiendo menos materiales —el desacoplamiento relativo— conlleva unas economías más sostenibles. Sin embargo, entre 2000 y 2010 el consumo mundial de materiales pasó de 7,9 a 10,1 toneladas per cápita, lo que supone un crecimiento más rápido que el del PIB global. En realidad, aunque en el ámbito nacional la mayoría de las economías presenta un desacoplamiento relativo, la eficiencia material general se redujo. En 2000 se necesitaban 1,2 kg de materiales para producir un dólar estadounidense de PIB, cifra que en 2010 llegó a 1,4 kg por dólar. La razón de este incremento de la intensidad material en el mundo radica en que, en todo el planeta, la producción se ha desplazado desde economías muy eficientes en el uso de los materiales —Europa, Estados Unidos, Japón y Corea del Sur— hasta otras que lo son menos, como China, la India, Brasil y Sudáfrica (véase el gráfico 1).
Gráfico 1: Intensidad material global en kg por dólar de EE. UU. 1970- -2010

Junto a la tendencia al deterioro medioambiental, se incrementa la presencia del empleo vulnerable. En 2000, había cerca de 1.400 millones de trabajadores en empleos vulnerables, cifra que se incrementó hasta casi los 1.500 millones en 2015 (véase el gráfico 2).
Gráfico 2: Empleo vulnerable global

El trabajo vulnerable no solo limita el acceso a los regímenes de protección social contributivos, sino que se asocia con baja productividad e ingresos reducidos e inestables. Esto ha generado una reducción mundial del porcentaje que representa la mano de obra en la renta nacional. De nuevo, una de las razones es la reubicación de la producción, ahora en manos de países con mucha mano de obra, pero con salarios y normas laborales más escasos. Este factor moderador de los sueldos mundiales ha ido acompañado de un incremento en el déficit de trabajo digno que se registra en los países emergentes (ILO, 2015b). Ambas tendencias afectan a la justicia social. No solo son los pobres los más afectados por la contaminación y la degradación del medio, sino que el menor peso de los salarios en la renta nacional va unido a un incremento de las desigualdades de renta, porque la propiedad del capital está más concentrada que el factor trabajo. Durante los últimos veinte años, la renta del 1% de los perceptores, los que poseen gran parte del capital, se incrementó en un 20%. Al mismo tiempo, las rentas inferiores, las del 99% de los perceptores, han disminuido (OECD, 2012. Véase el gráfico 3).
Gráfico 3: Porcentaje que representan las rentas del trabajo en la renta nacional de ciertos países del G20

La redistribución desde el trabajo hacia el capital coincide con la externalización de los costes medioambientales. Hasta cierto punto, esto se debe al traslado de la producción a lugares con menores normativas medioambientales y sociales, lo cual supone una presión para los emplazamientos más exigentes en estos sentidos. Aunque la relación de causalidad no esté demostrada, se observa que la propiedad del capital se concentra (Piketty, 2014). Al mismo tiempo, el capital, como factor de producción suele utilizar más recursos y materiales, con lo que el medio ambiente acusa un mayor impacto. La desigualdad, la extracción de recursos y la contaminación tienden a moverse al unísono.
Si nos fijamos en el ejemplo de China, veremos que en 1990 produjo menos del 3% de la producción industrial mundial, medida en función de su valor. En 2015, debido al traslado de la producción en todo el mundo, cerca del 25% de los productos manufacturados se fabricaban en China. Su desarrollo económico, con un PIB que creció una media del 10% anual durante más de una década, convierte la industrialización de este país en algo equiparable a las registradas durante la Revolución Industrial del siglo XIX. Sin embargo, el tamaño de China hace que su huella medioambiental y social sea mucho mayor que la de cualquier otro país a lo largo de la historia, y que esto haya producido un considerable detrimento, tanto del bienestar social y medioambiental como de la salud pública. Su rápido crecimiento económico sacó a cientos de millones de personas de la pobreza. Sin embargo, el traslado de millones de trabajadores desde el ámbito rural al urbano, con sueldos relativamente bajos e industrias muy contaminantes, ha convertido a China en uno de los países más desiguales del mundo. El 25% de los hogares chinos, los más pobres, solo posee el 1% de la riqueza del país. En cuanto a la renta, el coeficiente de Gini chino fue de 0,49 en 2012 y mucho mayor que el de Estados Unidos, situado en 0,41 (FT, 2016). Hoy en día, China aporta el 30% de las emisiones de carbono mundiales, con lo que es el principal emisor del mundo (Oliver et al., 2015). Su Ministerio de Protección Medioambiental situó el coste de la contaminación en torno a 227.000 millones de dólares, el 3,5% de su PIB. Al norte del río Huái, la contaminación atmosférica hace que la esperanza de vida sea 5,5 años menor que en el sur del país (Chena et al., 2013).
La crisis medioambiental y social de China queda patente en el rápido incremento del descontento y las protestas sociales: los llamados «incidentes masivos». De los 8.700 sucesos de ese tipo registrados en 1993 se pasó a más de 120.000 en 2008. Aunque el número oficial de incidentes masivos no se ha publicado, los diversos ejemplos de «vulneraciones del orden social» pasaron de 3,2 millones en 1995 a 13,9 millones en 2012. Entre las principales causas del descontento, la Academia China de Ciencias Sociales y la Federación de Sindicatos de China apuntan al desempleo, las malas relaciones laborales, las disputas salariales y la contaminación ambiental.
Las repercusiones mundiales negativas ponen en peligro el empleo y fomentan las migraciones forzosas, sobre todo de los pobres
El Informe Stern (2006) apunta que, si las cosas siguen como ahora, a la larga el cambio climático reducirá el bienestar en un porcentaje equivalente a una bajada del consumo per cápita de entre el 5 y el 20% mundial. Por ejemplo, se cree que la disponibilidad de agua y el rendimiento del suelo se reducirán en un 20% si las temperaturas suben 2 °C y que los más afectados serán los empleos agrícolas peor remunerados en zonas no irrigadas, sobre todo de África. Además, se dice que en países en desarrollo muy calurosos se ha producido una merma de la productividad laboral de hasta la mitad de los «niveles normales», sobre todo en trabajos al aire libre como los de la construcción. También se calcula, y esto es todavía peor, que en 2012 murieron 12,6 millones de personas —casi un cuarto de las muertes registradas en el mundo— porque vivían o trabajaban en entornos insalubres. Esta situación tiene una enorme influencia en los mercados laborales y afecta a la justicia social, ya que los pobres son los más perjudicados por ella (PrüssÜstün et al., 2016).
Los desastres producidos por el cambio climático tienen un impacto todavía más directo en el empleo. Según los cálculos del Banco Mundial, las pérdidas demográficas y la reducción del valor de las propiedades que ocasionarán las inundaciones en el mundo pasarán de los 6.000 millones de dólares de 2005, a 52.000 millones en torno a 2050. Mil millones de personas viven y trabajan en zonas bajas propensas a las riadas y directamente afectadas por la subida del nivel del mar y sus inundaciones (Taketawa et al., 2013). En 2014, los estragos que causó el tifón Hagupit en Filipinas afectaron a 800.000 trabajadores. La sequía que sufrió en 2011 África oriental tuvo efectos sobre 13 millones de personas, la mayoría campesinos y pastores. En 2008, en todo el mundo, 20 millones de personas tuvieron que abandonar sus hogares a causa de acontecimientos climáticos extremos, en tanto que los conflictos y sucesos violentos desplazaron a 4,6 millones. Los pronósticos sitúan la cifra de migrantes por razones medioambientales entre 25 y 1.000 millones de personas en 2050, lo cual supone que esa será la principal causa de emigración. Esa gran cantidad de trabajadores migrantes supondrá una gran presión para todos los mercados laborales (IOM, 2015).
Aunque probablemente el cambio climático sea la principal amenaza medioambiental, la pérdida de biodiversidad y la degradación de los ecosistemas también tendrán graves repercusiones para el empleo y la desigualdad. En 2012 se dedicaban a la pesca y la acuicultura unos 58,3 millones de personas, sobre todo pequeños pescadores pobres. Dado que hoy en día más del 50% de las pesquerías están sobreexplotadas, las tendencias indican que la pesca mundial podría entrar en grave crisis en 2050, y con ella sus puestos de trabajo (FAO, 2014).
La transformación estructural verde está generando beneficios medioambientales y creando trabajos dignos
Para responder a los riesgos medioambientales y sociales que en la actualidad conlleva un crecimiento económico insostenible, una serie de cambios relativos a las políticas, las empresas, la inversión y el consumo han propiciado el comienzo de una transformación estructural que nos conduzca a economías más verdes.
En el Acuerdo de París sobre cambio climático, 195 países se comprometieron a mantener el aumento de temperaturas mundial por debajo de los 2 °C y a adaptarse a ese cambio. Para alcanzar ese objetivo, las energías renovables tienen que aumentar hasta ocupar el 80% de la cesta energética en 2050, de manera que en 2100 los combustibles fósiles hayan prácticamente desaparecido. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible abogan por avanzar siguiendo una senda social y medioambientalmente integrada. En el ámbito nacional tenemos a China, que, con su 13º Plan Quinquenal, el del período 2016-2020, pretende que en ese último año la intensidad de carbono se reduzca en un 18% respecto a 2015. Esto encaja con la nueva conciencia de muchos países: es posible desvincular el crecimiento de la contaminación, y hacerlo con resultados positivos para el empleo y, por tanto, para la justicia social.
Las inversiones en energías renovables alcanzaron los 285.000 millones de dólares en 2015, situándose por primera vez por delante de las inversiones en petróleo, gas y carbón (REN21, 2016). Todavía mayores fueron las inversiones en eficiencia energética, el llamado «combustible oculto»: 300.000 millones de dólares (IEA, 2013). Se calcula que, en todo el mundo, 8,1 millones de personas trabajaban en el sector de las energías renovables y que un número todavía mayor ocupaba puestos relacionados con la eficiencia energética (IRENA, 2016). Solo en Estados Unidos se calcula que en 2050 se habrá creado una cifra neta de entre 1,3 y 1,9 millones de empleos en sectores dedicados a la energía eficiente (ACEEE, 2015). Los puestos de trabajo en los sectores de las renovables y la eficiencia energética superan con mucho los 9,8 que continúan existiendo en el de los combustibles fósiles, sobre todo el carbón (Teske, Sawyer y Schäfer, 2015). La acelerada reducción de costes en las renovables impulsó el crecimiento de ese sector, en tanto que los elevados costes de extracción, sobre todo del carbón, produjeron una reducción de las inversiones y del empleo. La distancia se va a incrementar, ya que los empleos en los sectores solar y eólico crecen a un ritmo de más del 20%, en tanto que los relacionados con el petróleo y el gas se redujeron en un 18% cuando el sector de los combustibles fósiles se enfrentó a una reducción de precios. China tiene 3,5 millones de empleos en el sector de las renovables, en tanto que los del petróleo y el gas solo ocupan a 2,6 millones de trabajadores. Si multiplicáramos por dos la presencia de las renovables para 2030 podríamos crear hasta 24 millones de nuevos puestos de trabajo (IRENA, 2016).
Un crecimiento económico no sostenible destruye el medio natural, lo cual tiene consecuencias negativas para las economías y el empleo
Mientras la inversión en renovables no deja de crecer, en 2015 el Parlamento noruego confirmó que su fondo soberano, valorado en 900.000 millones de dólares, abandonaría sus principales inversiones en carbón, lo cual supone la mayor desinversión en combustibles fósiles de la historia, que afectará a 122 empresas de todo el mundo. Los inversores están empezando a comprender que invertir en esos combustibles podría llegar a bloquear sus activos.
La razón de que las renovables tengan resultados positivos para el mercado laboral radica principalmente en el hecho de que el promedio de las industrias basadas en combustibles fósiles requiere más capital que las renovables. La construcción, gestión y mantenimiento de tecnologías renovables crea más trabajos directos por unidad de energía generada. Además, las cadenas de valor de las renovables, al tener un aprovechamiento local, generan más empleos indirectos en sectores subsidiarios. Los sistemas descentralizados crean un número todavía mayor de empleos en los servicios de gestión y mantenimiento, ya que estos tienen que ser locales (véase el gráfico 4).
Gráfico 4: Promedio de empleos por GWh en los procesos de construcción, gestión y mantenimiento de las energías renovables y de las convencionales.

Por ejemplo, un reciente estudio sobre Estados Unidos evaluaba las consecuencias que tendría en el conjunto de la economía reducir en un 40% las emisiones para el año 2030, conjugando varias energías limpias con medidas de eficiencia energética. Si se parte de que para alcanzar ese objetivo sería necesaria una inversión anual de 200.000 millones de dólares, se obtendría una ganancia neta de 4 millones de empleos. Se perderían 1,5 millones de puestos de trabajo en sectores que consumen muchos combustibles fósiles y mucha energía, y se crearían 4,2 en la producción de bienes y servicios medioambientales y sus cadenas de abastecimiento. Además, el estudio daba por hecha la reinversión de lo ahorrado gracias a la eficiencia energética y los menores costes energéticos, lo cual crearía todavía más empleos (entre 1,2 y 1,8 millones). La ganancia neta de unos 4 millones de puestos de trabajo reduciría el índice de desempleo en un 1,5%, con lo que también se disminuiría la desigualdad (Pollin et al., 2014).
El incremento de la eficiencia material: fuente futura de mayor productividad en una economía circular
Las empresas se están dando cuenta de que no solo son rentables las tecnologías productoras de energía limpia, sino el propio entorno de un sistema de producción circular, con lo que también les beneficia una economía que consume menos recursos. Las empresas globales avanzan hacia sistemas de producción circular y abandonan el esquema basado en «producir-utilizardesechar », para centrarse en «producir-utilizarreutilizar ». Al optar por las economías lineales, basadas en las manufacturas, y avanzar hacia los sistemas circulares, centrados en el servicio, se crearán más puestos de trabajo, por la sencilla razón de que los servicios precisan más mano de obra que las manufacturas. En el caso de Europa, McKinsey calcula que, si comparamos la opción de quedarnos como estamos y la de optar por una economía circular, veremos que esta produciría en torno a 2030 un 7% de incremento del PIB. Este segundo escenario utilizaría la tecnología disponible para instaurar sistemas circulares en la producción de alimentos, en movilidad y en vivienda (Ellen MacArthur Foundation y McKinsey, 2015). Se calcula que los efectos sobre el empleo serían positivos y que en Europa cada punto porcentual de reducción del consumo de recursos generaría entre 100.000 y 200.000 nuevos puestos de trabajo (Consejo Europeo, 2014). En la actualidad se considera que la eficiencia material, que, como antes se ha dicho, ha mostrado poco brío e incluso ha retrocedido en los últimos años, es una fuente de incremento de la productividad aún no explotada, que nada tiene que ver con la tendencia de los últimos 50 años, en los que la principal fuente de productividad laboral ha sido la sustitución del trabajo por el capital (véase el gráfico 5).
Gráfico 6: Productividad laboral global por persona empleada en 2015 (en dólares estadounidenses).

Se planteó un escenario en el que cinco países europeos, basándose en la eficiencia energética y de materiales, reducirían sus emisiones en más del 75%. Se calcula que en ese escenario de economía circular el número de empleos aumentaría en 1,3 millones (Wijkman y Skånberg, 2016). El incremento del índice de reciclado de materiales esenciales en la Unión Europa llegaría hasta el 70% y podría crear, llegado el año 2015, otros 560.000 empleos más, que estarían sobre todo al alcance de los hogares más pobres (Friends of the Earth, 2010). La economía verde crea más empleo que la industria y el sector servicios, sobre todo puestos de trabajo poco cualificados, dedicados a conservar la biodiversidad y a gestionar y restaurar el entorno natural: en Europa, este sector contaría con 14,6 millones de empleos (Nunes et al., 2011).
La combinación de políticas adecuada
No llegaremos automáticamente a una situación que beneficie tanto al medio ambiente como al empleo y la economía. Hará falta una combinación adecuada de políticas ecológicas que promuevan el empleo y que sirvan para promover un crecimiento económico que se adapte a los cambios climáticos. El efecto positivo general que tienen unas economías más verdes sobre el empleo y la igualdad no aparece automáticamente y debe analizarse en un contexto caracterizado por el declive industrial, los cambios de producción y consumo regionales y globales, los nuevos modelos de negocio, la productividad material y laboral, y la innovación tecnológica. Cambiarán las condiciones laborales: surgirán nuevos empleos, otros se transformarán y algunos desaparecerán, en tanto que la distribución de la renta y el capital, y también la igualdad, se verá alterada. Los países que dependen de sus recursos y de los sectores extractivos perderán empleo, y los trabajos y sectores de países vulnerables al cambio climático ya se están viendo afectados. Las minas de carbón chinas han perdido más de un millón de empleos en los últimos años y, en los países en desarrollo, el cambio climático ha ocasionado la pérdida de otros millones de puestos de trabajo. Esta situación exige justicia social y una transición equitativa que siga las instrucciones de la OIT (Organización Internacional del Trabajo). Los miembros de este organismo aprobaron las Directrices para una Transición Justa, con el fin de amortiguar las consecuencias sociales del cambio climático y fomentar una reestructuración económica con trabajos dignos (ILO, 2008 y 2015a). Tres son los aspectos clave que hay que considerar para impulsar un crecimiento económico que promueva el empleo, que se distribuya equitativamente y que sea verdaderamente sostenible.
Reformas macroeconómicas y verdes de las políticas fiscales
Es esencial acometer una reforma tributaria que fomente el empleo ecológico; por ejemplo, una ecotasa fiscalmente neutral que grave menos el trabajo que el consumo de recursos y la contaminación. El modelo de vínculos económicos globales de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (GEL, en sus siglas en inglés) indica que, si se conjugara la aplicación de una ecotasa con medidas de fomento del empleo, la productividad multifactorial sería un 5% mayor en 2050 que si no se utilizaran ese tipo de impuestos para fomentar el empleo. Según ese modelo, si comparáramos un escenario tributario como el actual con otro en el que los ingresos de la ecotasa se utilizaran para reducir los impuestos que gravan el trabajo, veríamos que en este último sería posible observar una mejora del 2% en 2030 (OECD, 2011). A escala mundial, si se gravaran las emisiones de CO2 con un impuesto y los ingresos resultantes se utilizaran para reducir la carga impositiva de las rentas del trabajo, se podrían crear hasta 14 millones de empleos nuevos (ILO, 2009). Las herramientas y los modelos que sirven para evaluar y hacer proyecciones macroeconómicas sobre cuestiones laborales son esenciales para que la planificación de políticas ofrezca directrices en materia de diversificación económica, adaptación al clima y cambio estructural.
Invertir en igualdad de oportunidades, en capital humano y en las empresas para crear economías más verdes
Aplicar políticas sociales y laborales de mercado es esencial para posibilitar una transición hacia economías que se adapten al clima, que sean más verdes y también más inclusivas, tanto para las mujeres como para los hombres. Es imprescindible invertir en formación, educación, desarrollo empresarial y emprendimiento para facilitar la transición y mejorar la empleabilidad, ya que, sin trabajadores cualificados y empresas competentes, el cambio hacia una economía que se adapte al clima y sea más ecológica no será ni técnicamente factible ni económicamente viable. El informe de la OIT Skills for Green Jobs (Capacitación para el empleo ecológico) subraya el déficit de formación actual, que constituye una rémora para desarrollar capital humano más ecológico (ILO, 2011). Los planes de protección social son esenciales y deben ir ligados a programas que, desde las oficinas de empleo, ayuden a buscar trabajo y a adecuar la demanda y la oferta. Los mecanismos de protección social permiten amortiguar la crisis socioeconómica y medioambiental, posibilitando también cambios estructurales que favorezcan la creación de economías más verdes adaptadas al clima.
Situar el diálogo social en el centro de las políticas
Un diálogo eficaz puede contribuir a resolver importantes problemas socioeconómicos y medioambientales, además de mejorar los resultados económicos. Teniendo en cuenta que la transición hacia una economía más verde y adaptada al clima conllevará cambios profundos en los procesos y las tecnologías de producción —así como una reasignación de empleos—, para el éxito de este proceso es esencial una estrecha colaboración entre gobiernos e interlocutores sociales. En la última década, el programa de renovación inmobiliaria alemán para la eficiencia energética ha movilizado unos 100.000 millones de euros, convirtiéndolo en el principal proyecto de este tipo en el mundo. La iniciativa, que partió de los sindicatos y la patronal de Alemania, y que estos propusieron al Gobierno alemán en forma de «pacto para el medio ambiente y el empleo», ha creado desde su inicio más de 300.000 empleos estables anuales (BMVBS, 2012). Para que las políticas sean coherentes y se adopten cambios duraderos es necesario un diálogo social eficaz (ILO, 2012).
BIOGRAFÍA
MAREK HARSDORFF
Economista especializado en cooperación y medio ambiente. Con un profundo conocimiento de las dinámicas económicas entre empleo y políticas medioambientales, Harsdorff defiende la aplicación de estudios científicos a la elaboración de políticas efectivas. Actualmente trabaja como investigador económico en el Programa de Empleos Verdes de la Organización Internacional del Trabajo, un proyecto que ha prestado asistencia a más de treinta países con el fin de ecologizar sus economías, de manera que puedan alcanzar un desarrollo sostenible. También ha dirigido programas técnicos de cooperación para crear empleos verdes.
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Notas
1. Incluye a trabajadores por cuenta propia y también a trabajadores
auxiliares dentro de la unidad familiar. La eficiencia material es el uso
total que se hace de un material para fabricar una unidad de
producción, e incluye tanto el uso de combustibles fósiles como de
recursos naturales.
2. Stability in China: Lessons Learned from Tiananmen and
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2014) (Testimonio de Murray Scot Tanner, investigador científico
principal, China Studies Division, CNA).