Caminos hacia la sostenibilidad

JEFFREY SACHS

 

Descarga Caminos hacia la sostenibilidad S.M.A.R.T. (PDF)

 

«Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos».

La imperecedera descripción de la Revolución Francesa que hizo Charles Dickens también se puede aplicar a nuestra época. Eran los mejores tiempos: la pobreza mundial nunca ha sido menor, ni mayor la esperanza de vida. Eran los peores tiempos: la humanidad está propiciando ella sola un desastre medioambiental. Entonces, ¿con qué carta nos quedamos? Con las dos. ¿Y qué presagia el futuro? Eso dependerá de nosotros. Está absolutamente en nuestras manos.

Aquí tenemos otra descripción, esta vez del gran biólogo E. O. Wilson:

«Hemos creado una civilización de La guerra de las galaxias, con emociones prehistóricas, instituciones medievales y una tecnología propia de dioses. Nos revolvemos sin cesar. Nuestra propia existencia y el peligro que pesa sobre nosotros y sobre el resto de los seres vivos nos confunden por completo».

Según este enfoque, el problema radica en nuestras maravillosas tecnologías, las que están poniendo fin a la pobreza y alargando la vida, pero que también van a mucha mayor velocidad que nuestro desarrollo emocional y que la capacidad institucional para controlarlas.

Y aquí está la tercera descripción, la del papa Francisco, en su notable encíclica Laudato Si’:

«La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común. Pero la misma inteligencia que se utilizó para un enorme desarrollo tecnológico no logra encontrar formas eficientes de gestión internacional en orden a resolver las graves dificultades ambientales y sociales. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por acciones de países aislados».[1]

En realidad, políticamente, ya nos hemos puesto de acuerdo sobre cuál es el desafío principal, y se llama desarrollo sostenible. El 25 de septiembre de 2015 los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, y con ella los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como muestra la Figura 1. Por desarrollo sostenible los miembros de la ONU entienden una economía que sea, al mismo tiempo, próspera, equitativa y respetuosa con el medio ambiente.

Figura 1: Los objetivos de desarrollo sostenible

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Hace poco he calificado esos objetivos de «inteligentes, justos y sostenibles». La palabra «inteligente», hoy en día, alude al despliegue de tecnologías de información avanzadas que nos ahorran trabajos agotadores y nos permiten compartir, casi al instante, conocimientos e informaciones cruciales con todos los rincones del mundo. Las economías inteligentes pueden escapar de la pobreza y dar grandes saltos en sanidad, educación y calidad de vida. «Justo» significa que los beneficios de la tecnología moderna se extiendan lo más posible y que, en palabras de la ONU, «nadie se quede atrás». La pobreza extrema es un anacronismo en una economía mundial que genera 125 billones de dólares al año, con un rendimiento medio por persona de 16.600 dólares (según los cálculos del FMI para 2017). Y «sostenible» significa respetar los «límites del planeta», es decir, mantener el funcionamiento de la economía mundial dentro de ciertos márgenes seguros en lo que concierne a recursos vitales como el agua, la tierra y la biodiversidad. Los principales límites del planeta se muestran en la conocida Figura 2, que hace hincapié en los peligros que pesan sobre el clima, el nivel de ozono, el agua potable, la biodiversidad y otros aspectos de los sistemas terrestres.

Figura 2: Los límites del planeta

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Para alcanzar el desarrollo sostenible necesitamos una nueva doctrina sobre los sistemas globales, que conjugue un profundo conocimiento de cuatro subsistemas autónomos: el tecno-económico, que ha producido una enorme riqueza gracias a esas tecnologías «propias de dioses»; el político, esencial, tanto para proporcionar los bienes públicos en los que se sustenta la economía como para compartir los beneficios de la tecnología moderna; el social, que determina si los sectores que lo integran —con frecuencia divididos en función de la lengua, la etnia, la cultura y la religión— cooperan o se enfrentan; y los sistemas terrestres, entre ellos los ciclos relativos al agua, el carbono y el nitrógeno, que la humanidad ha perturbado y degradado peligrosamente.

En la actualidad carecemos de esa doctrina. Mucha gente no es consciente de cómo son los sistemas tecno-económicos que nos permiten gestionar una economía de la que dependen 7.500 millones de personas con un rendimiento medio tan sumamente elevado. Muy pocos comprenden las tecnologías que respaldan internet, la telefonía móvil, la aviación, la prevención y el control de enfermedades, la producción y distribución de alimentos, la generación y distribución de energía, los mecanismos de financiación y de pagos, y muchos otros que mantienen el sistema en marcha. Y los expertos de una materia no suelen serlo de las demás.

A pesar de que, parafraseando a Aristóteles, podemos decir que todos somos animales políticos y que vivimos en sistemas políticos, no acabamos de entender cómo puede y debe la política generar un desarrollo sostenible en esta época. Como señala aceradamente Wilson, nuestras instituciones son medievales. La Constitución de Estados Unidos, una notable empresa intelectual, es de 1789. Funciona, pero en la actualidad, incapaz de ofrecerle al pueblo estadounidense bienestar de una manera solvente, también chirría.

Y aunque biológicamente formemos parte de la biosfera, que por naturaleza nos atrae (según la teoría de la biofilia de Wilson), gran parte de la humanidad apenas es consciente de que estamos destruyendo esa naturaleza. Corremos el gran riesgo de superar todos los límites del planeta, con consecuencias que podrían ser nefastas. Uno de los rasgos principales de los sistemas terrestres es su carácter no lineal. Podríamos encontrarnos fácilmente en medio de un rápido e incontrolable cambio físico. Otro de los rasgos importantes es la irreversibilidad (o histéresis), la propiedad que indica que, a largo plazo, un sistema físico puede bascular de un estado a otro. Por ejemplo, puede que, a consecuencia de la desaparición de ciertas capas de hielo de la Antártida y de Groenlandia que ha producido el calentamiento global de origen humano, nos encontremos con una subida del nivel del mar de varios metros. De ser así, es prácticamente seguro que en el próximo milenio no podamos volver a los niveles marinos anteriores.

En estos tiempos, quizá el sistema que menos controlemos sea el social. Es deprimente que, al volverse global la economía del planeta, también parezca acentuarse el instinto prehistórico que nos lleva a concebir el mundo en función del enfrentamiento entre «nosotros y ellos». Después de las atrocidades hitlerianas, durante varias décadas dio la impresión de que el nacionalismo estaba bajo control, por lo menos hasta cierto punto. Pero ahora está resurgiendo en muchos países un nacionalismo grosero, caracterizado por expresiones primitivas de políticos nacionalistas de derechas, sobre todo en Estados Unidos, donde es especialmente peligroso.

Wilson nos ha ayudado a comprender esas primitivas y peligrosas tensiones intergrupales. Según este autor, y según Darwin antes que él, es probable que los rasgos humanos se forjaran en el contexto de una selección natural «a dos niveles». En el primero, los individuos (y sus genes) competían en comunidades localizadas. En el segundo, los que competían entre sí eran grupos de individuos (bandas de cazadores-recolectores). El resultado: normas férreas, tanto de cooperación interna (para conseguir, por ejemplo, una buena caza) como de rivalidad y desconfianza intergrupal, forjadas en repetidas guerras y en la pugna por la tierra.

¿Qué podemos conseguir si comprendemos y gestionamos adecuadamente estos cuatro sistemas interconectados —el tecno-económico, el político, el social y el medioambiental—? El desarrollo sostenible. En realidad, nuestra generación puede ser la que acabe con la pobreza, responda a las necesidades básicas alcanzando la justicia social y controle finalmente el calentamiento global y la pérdida de biodiversidad. Los mejores tiempos. ¿Y si no entendemos esos sistemas ni los controlamos? Los peores tiempos.

Camino-hacia-desarrollo-sostenible-2

De manera que, en este sentido, los ODS son nuestro primer y principal cometido, nuestros deberes globales: hay que conocer los sistemas tecnológicos, políticos, sociales y medioambientales del mundo, y proponer formas de gestionarlos para alcanzar los 17 objetivos antes de 2030. A mis alumnos les digo que sus deberes son «acabar con la pobreza, generar justicia social y detener el cambio climático antes de 2030». Cuando cunde el pánico entre ellos, les recuerdo que podrán consultar el libro, que pueden (y deben) trabajar en equipo, y que esos deberes tendrán que estar listos dentro de 14 años, no el próximo fin de semana o para las siguientes elecciones. Son deberes difíciles, pero justos. Y todo el mundo puede aprobar.

Aquí hay algunas pistas para completarlos.

  1. En primer lugar, los sistemas tecno-económicos son ya tan imponentes, y no dejan de mejorar (gracias, entre otras cosas, a la inteligencia artificial, los avances en robótica o las nanotecnologías), que los 17 ODS están realmente a nuestro alcance. El problema es movilizar los recursos y las capacidades para materializarlos, y no solo en unos pocos países, sino en todo el mundo. Mis colegas y yo hemos calculado en repetidas ocasiones lo que costaría alcanzar el desarrollo sostenible; es decir, incrementar la inversión en la lucha contra la pobreza, ofrecer acceso universal a la sanidad y la educación, abandonar energías ricas en carbono para optar por otras menos contaminantes y evitar así el calentamiento global, y proteger los hábitats marinos y terrestres amenazados. Según la cifra más aproximada, tendría que cambiar de destino en torno al 2-3% de la producción anual mundial, es decir, más o menos 3 billones de dólares. Es una cifra que puede parecer enorme, y lo es, pero es enorme dentro de una economía mundial descomunal y rica. Es una cifra a la que fácilmente se podría llegar utilizando los impuestos, los mercados, la ayuda exterior y otros sistemas de movilización y transferencia de los recursos financieros.
  2. En segundo lugar, para alcanzar los ODS hace falta movilizar conocimientos especializados en un marco caracterizado por múltiples intereses. No hay mejor manera de comprender cómo controlar el VIH/SIDA que preguntar a los expertos en la materia. No hay mejor manera de comprender cómo descarbonizar el sistema energético que preguntar a los ingenieros que más lo conocen. Decir esto puede parecer una obviedad, pero nuestra sociedad no suele actuar así. Nos bombardean las insensatas opiniones de entendidos, políticos y fanfarrones, cuando es fácil encontrar datos fehacientes en universidades, laboratorios de investigación y academias de ciencia e ingeniería. Sin embargo, los expertos no solo deben relacionarse entre sí, sino con los principales sectores afectados, entre ellos la sociedad civil, las empresas y los gobiernos. Necesitamos que el conocimiento de los expertos se movilice con imparcialidad y de tal modo que el conjunto de la sociedad confíe en él.
  3. En tercer lugar, para alcanzar el éxito hacen falta iniciativas constantes y planificadas que se prolonguen durante muchos años o décadas. Para que todos los niños accedan a la educación secundaria (ODS 4) se necesitarán por lo menos 5 años de inversión constante en muchos países de renta baja. Lo mismo puede decirse de la cobertura sanitaria universal (ODS 3). En vista de la larga vida de nuestras infraestructuras y de los prolongados plazos necesarios para aplicar inversiones de gran magnitud a los sistemas energéticos, para conseguir que los actuales generen poco carbono harán falta entre 30 y 50 años. Recuerdo constantemente algo que no deja de inspirarme: la carrera hacia la Luna que realizó Estados Unidos en la década de 1960. En menos de 9 años, Estados Unidos pasó de poner al primer hombre en el espacio a conseguir que el primer astronauta caminara por la Luna y que regresara sano y salvo a la Tierra. Para lograr ese milagro, Estados Unidos puso a trabajar a sus mejores ingenieros y, durante toda una década, destinó a ese proyecto importantes recursos económicos.

En mi opinión, dos son los obstáculos más enormes que habrá que superar, y no son ni técnicos ni económicos. El primero es nuestro reducido intervalo de atención como individuos y como sociedad. Por naturaleza, los seres humanos tenemos limitada esa capacidad y, en nuestra época, empapada en todo tipo de medios de comunicación, publicistas, políticos y famosos pugnan por captar esa reducida atención. De manera que un problema primordial será ayudar al mundo a percibir el desafío que supone el desarrollo sostenible. En cierto modo, los gobiernos aprobaron esos ODS teniendo en cuenta ese problema. Pero no solo necesitamos atención individual, también atención social; es decir, que nuestras instituciones políticas, sociales, empresariales y académicas también se centren como es debido en los ODS.

El segundo obstáculo es moral. Para llegar al desarrollo sostenible debemos superar la habitual búsqueda de beneficios. A las empresas petrolíferas y gasistas hay que decirles: dejen de hacer prospecciones. A los ricos hay que decirles: paguen sus impuestos y compartan su riqueza. A los ganaderos y agricultores: no hay que talar selvas para expandir los pastos o las tierras de cultivo. A las principales empresas del mundo: primero está la Tierra, después sus accionistas. A los políticos: vuestra permanencia en el poder también tiene menos importancia que el desarrollo sostenible.

Este es nuestro principal desafío. Cuando Donald Trump dice «América primero», ¡hay que contestarle que no! Primero, la Tierra; primero, la dignidad, primero, el desarrollo sostenible.

Se puede conseguir. Las lecciones incluidas en este importante volumen de Acciona nos señalan el camino.

[1] Texto de la encíclica en castellano tomado de https://www.aciprensa.com/Docum/LaudatoSi.pdf [N. del T.]

BIOGRAFÍA

JEFFREY SACHS

Economista estadounidense especializado en desarrollo sostenible, director del Earth Institute de la Universidad de Columbia y asesor de organismos internacionales y gobiernos en materia de desarrollo sostenible. Fue profesor de Economía en Harvard entre 1980 y 2005, ha dirigido el Proyecto del Milenio de Naciones Unidas y ha sido asesor de Ban Ki-Moon en la elaboración de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Su nombre ha aparecido en la lista de las cien personas más influyentes del mundo de la revista Time; The New York Times se refirió a él como «el economista más importante del mundo» y Le Nouvel Observateur lo citó como «uno de los cincuenta líderes más importantes de la globalización». Entre sus publicaciones destacan The End of Poverty (2005), Common Wealth: Economics for a Crowded Planet (2008), The Price of Civilization (2011), To Move the World: JFK’s Quest for Peace (2013) y The Age of Sustainable Development (2015). También colabora en importantes periódicos y revistas, incluyendo The New York Times, el Financial Times de Londres o The Economist.

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